L’italià

Cuna de la latinidad, Italia ha tenido un papel decisivo en la difusión del latín y de la cultura del imperio romano en el resto de Europa, tanto en la Antigüedad, como en las épocas que le han sucedido. De igual modo, tras la afirmación de los idiomas neolatinos y la constitución de la Europa lingüística moderna, el italiano ha tenido, a intervalos, momentos de gran importancia en el contexto lingüístico internacional.

La lengua italiana contemporánea se basa sustancialmente en una de las lenguas vulgares que, a partir de los siglos XIII-XIV viene a constituirse a expensas del latín, es decir, el dialecto toscano, en particular el florentino, que se da a conocer en el siglo XIV a través de las obras maestras de Dante, Boccaccio y Petrarca. El florentino será adoptado en el siglo XVI por los escribanos y los intelectuales de toda la península. Como consecuencia, esta lengua se irá extendiendo poco a poco para convertirse, después del año 1870, año de la unificación política de la nación, en lengua de la administración e instrumento de comunicación para toda la sociedad italiana.

Dado que el florentino, a diferencia de otros dialectos italianos ha conservado de manera fiel numerosas características de la fonética y de la morfología del latín, la lengua italiana que se habla actualmente, hace aparecer numerosas particularidades que revelan fuerte similitud con la lengua de origen: el desarrollo del italiano con respecto al latín transcurre sin rupturas brutales o evoluciones demasiado rápidas y presenta de ese modo cierto carácter de conservación y una fisonomía más bien estable en el tiempo.

Con la proclamación del primer emperador romano, Augusto, en el año 27 antes de J.C. son definidos los límites territoriales del Imperio, que dividen la península italiana en once regiones. Progresivamente las antiguas lenguas itálicas desaparecen en provecho de la lengua de los dominadores. En el primer siglo después de J. C., con la expansión del latín, se realiza una primera expansión lingüística sobre todo el territorio. No obstante, la divergencia entre el latín clásico codificado por los gramáticos es fijada por el uso escrito y literario y el latín llamado ¨vulgar¨, la lengua utilizada cotidianamente por la población, se va haciendo cada vez más importante. Con el tiempo las diferencias lingüísticas de una región a otra serán cada vez más afirmadas. Los idiomas romances que forman la base de las lenguas modernas neolatinas, así como los dialectos del italiano tendrán precisamente por origen ese latín ¨vulgar¨.

A partir del siglo IX los primeros textos escritos en las antiguas lenguas vulgares italianas, comienzan a aparecer. Una serie de cuatro documentos que datan de los años 960 - 963 , específicamente: les Placiti campani son procesos verbales que establecen la reclamación de tierras que pertenecían a la abadía de Montecassino. Durante los siglos XI y XII los testimonios escritos en lengua vulgar son cada vez más numerosos especialmente en las regiones de Italia central y septentrional. Se trata, sobre todo, de textos de carácter administrativo o religioso. Habrá que esperar hasta la primera mitad del siglo XIII para tener textos en lengua vulgar con una verdadera vocación artística. Hacia el año 1230 en Sicilia, en la corte del emperador Federico II, floreció una escuela poética notable, a la que pertenecieron, entre otros, Giacomo da Lentini, el creador del soneto. Regresando a los módulos y temas de la poesía lírica provenzal, los poetas sicilianos se sirven sistemáticamente de su lengua vulgar para la lírica amorosa. La escuela siciliana será imitada en todo el resto de Italia y dará un impulso decisivo al uso de la lengua vulgar en la poesía, principalmente en Bolonia, con Guido Guinizzelli y en Toscana, con los poetas del stilnovo, del que Dante será uno de sus autores más notables. En dos de sus obras, De vulgari eloquentia y Convivio, teorizará sobre la autonomía de la lengua vulgar profetizando su afirmación y el ocaso del latín, el cual, en su tiempo, tenía aún preminencia y prestigio.

La afirmación de las lenguas vulgares transcurre paralelamente a la constitución de diferentes reinos europeos. Por primera vez son utilizadas no solo para los intercambios corrientes, sino también en documentos de carácter administrativo. La importancia del hecho religioso y la necesidad de su difusión a todas las capas de la sociedad, impone la necesidad de una generalización de la enseñanza ya no en latín, sino utilizando las nuevas lenguas vivas europeas. A comienzo del siglo XIV un monje italiano, Ambrosio Calepio, publica un diccionario multilingüe, Il Calepino, en el que cada palabra latina halla su correspondencia con las diferentes lenguas vulgares europeas. En el año 1532 Robert Estienne, llamado Stéphanus a la moda latina, alumno discípulo del humanista italiano Giano Lascaris, publica la obra mayor de la historia lingüística europea, el Thesaurus Linguae Latinae. Veinte años más tarde, su hijo Henri completará su obra escribiendo el Thesaurus linguae Graecae.

El éxito en el siglo XIV de la Divina Commedia de Dante, de la recopilación de cuentos de Bocaccio, el Decameron y, por consiguiente, de Canzoniere, de Patrarca es el orígen de la primera afirmación del florentino en el resto de Italia, a pesar de que en numerosas regiones se continúa utilizando igualmente para las obras literarias las lenguas vulgares locales. En el siglo XVI, mientras que se asiste a la afirmación de la lengua vulgar en los grandes obras literarias, tales como las de Ariosto o Taso, así como en los tratados y las obras históricas de Machiavelli y Guicciardini, por ejempo, el letrado veneciano Pietro Bembo propone, por el contrario, en Prose della volgar lingua (1525) tomar como modelos a Boccaccio y Petrarca para la lengua de la prosa y de la poesía, respectivamente. Según él, una lengua que no esté concebida sobre la base del modelo de los grandes escribanos no puede pretender un futuro literario. La questione della lingua suscita ásperas discusiones entre los partidarios de una lengua italiana común, el florentino, que es también la lengua de la corte y los entusiastas de una solución arcaizante según la proposición de Bembo.

En 1582 la Accademia della crusca es fundada en Florencia. Inspirándose a la vez en la lengua de Dante, de Petrarca y de Bocaccio , los académicos desarrollan desde 1590 un diccionario, el Vocabolario della Crusca que será impreso en Venecia en 1612. El Primer diccionario histórico y normativo de la lengua italiana establece definitivamente el toscano como la norma para el italiano literario. El Vocabolario della Crusca servirá de modelo para los diccionarios que serán ulteriormente publicados por las diferentes academias de la lengua en Europa. En el período postrenacentista el italiano se abre progresivamente a la influencia europea, ante todo a la de España, después, a partir del siglo XVIII, a la de Francia e Inglaterra. Esos aportes enriquecieron el léxico italiano con una gran cantidad de términos. La reacción purista que quedará particularmente manifiesta en el siglo XIX no resistirá un movimiento de ideas que prepare la unificación política de Italia. Alessandro Manzoni, el autor de Promessi sposi (cuya primera edición data de 1827 y es una adaptación del florentino) siente fuertemente la necesidad de una lengua unitaria, viva, que podría no solo servir a la literatura, sino que sería también un instrumento de comunicación para toda la sociedad. La gran diversidad de dialectos italianos supone que se escoja uno, que será el florentino. La instrucción obligatoria, la difusión de la cultura y los medios de comunicación masiva, el desarrollo económico e industriual, la urbanización y las migraciones internas, así como la experiencia de las dos guerras mundiales y del fascismo llevan a término su imposición como verdadera lengua común . Bajo el régimen de Mussolini por primera vez es decidida en Italia una política lingüística explícita y global para la defensa del italiano, acompañada de acciones dirigidas a la supresión de los dialectos , a la eliminación de las palabras extranjeras y en apoyo del conocimiento del latín.

En el transcurso de las últimas décadas, con la plena participación en la vida democrática de la nación, los italianos han encontrado, finalmente, una lengua nacional que estando en perpetua evolución y sometida a los riesgos de la modernidad, representa un tesoro a través del cual se puede leer su historia. Aunque el italiano solo cuenta con aproximadamente 65 millones de hablantes en el mundo, sigue siendo hoy una de las grandes lenguas de la cultura, representada por una literatura, una poesía, un cine de autor y una creación teatral de renombre internacional. El prestigio literario del italiano moderno se traduce también en la entrega de premios Nobel a tres poetas, Giosué Carducci, en 1906, Salvatore Quasimodo, en 1959 y a Eugenio Montale en 1975, a una escritora. Grazia Deledda, en 1926 y a dos autores de teatro, Luigi Pirandello, en 1934 y Dario Fo, en 1997.

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