La intervención del especialista en la normalización terminológica
Jordi Bover Salvado,
Rosa Colomer Artigas
TERMCAT

A modo de introducción

En esta comunicación nos proponemos abordar uno de los aspectos centrales del trabajo en terminología: la normalización de las nomenclaturas científicas y técnicas, previa fijación de las nociones y sistemas de conceptos dentro de cada ámbito de especialidad. Este eslabón de la cadena del trabajo terminológico es el que requiere, seguramente de modo más imperativo, la colaboración de los terminólogos con los especialistas a fin de conseguir el consenso necesario para establecer las nociones y denominaciones especializadas. Aún y existiendo organismos y sistemas especialmente destinados a ello, la cooperación entre terminólogos y especialistas no deja de presentar ciertas dificultades. A continuación expondremos algunas de las más relevantes, a las que propondremos también vías de solución, situándonos en el marco general de la cooperación en materia de terminología en Europa.

Naturalmente, nuestras observaciones se basan en una experiencia concreta, la de los trabajos de normalización de la terminología catalana dentro de las actividades del centro de terminología TERMCAT. De todos modos, y aunque las situaciones que veremos puedan darse más o menos paralelamente en el seno de otras comunidades lingüísticas, creemos que en Cataluña existe un contexto sociolingüístico con ciertos rasgos específicos. Vamos a resaltar algunos de ellos, que juzgamos en gran parte determinantes de cómo se organiza y se estructura el trabajo terminológico.

En primer lugar, no hay que olvidar que la normalización de la terminología se circunscribe en Cataluña a un proceso general de planificación lingüística, que se propone desarrollar el catalán tanto en el plano del código lingüístico como en el de su extensión social, para hacerlo apto para todos los usos que requiere una sociedad avanzada. Evidentemente, este proceso viene determinado por la interferencia lingüística inevitable en toda comunidad bilingüe, y aunque en nuestro caso la mayor presión proviene del español, no es despreciable en absoluto, sobre todo en ámbitos especializados, la presencia creciente del inglés como lengua culta y de investigación. Ello implica que a menudo la normalización deba limitarse a buscar alternativas catalanas a términos ya creados en otras lenguas, sea el español o el inglés, que son las que vehiculan la innovación en ciencia y tecnología. De este modo, uno de los ejes fundamentales de la política de normalización terminológica se orienta a buscar alternativas catalanas a préstamos y calcos de otras lenguas.

Además, el hecho de pertenecer a una comunidad lingüística que está implicada en un proceso de normalización crea también una cosmovisión especial. Los especialistas están familiarizados en cuanto a normalización respecta y el cambio lingüístico no les parece algo tan inaudito como podría serlo para los usuarios de una lengua como la inglesa. Los catalanohablantes tienen asumido que algunos de los vocablos que utilizan habitualmente no son académicamente correctos: es el caso, por ejemplo, de palabras de lengua general como barco (por vaixell), palomitas (por crispetes) o carajillo (por cigaló). La reflexión metalingüística sobre el lenguaje que se utiliza y un cierto prurito por hablar correctamente son rasgos bastante comunes entre los hablantes, acostumbrados a pasar por el cedazo de asesores lingüísticos, correctores y traductores. Esta situación puede ser valorada positiva o negativamente, lo que resulta en actitudes favorables al cambio lingüístico o, por el contrario, reticentes a ello.

Por otro lado, y siguiendo en el ámbito psicolingüístico, se da también en ciertos sectores de especialistas catalanohablantes el convencimiento, acertado o no, de que conocen perfectamente el sistema lingüístico y de que sus propuestas o usos lingüísticos son adecuados, aunque a veces se trate de ultracorrecciones o de inventos peregrinos. En estos casos el terminólogo se enfrenta a una ardua tarea para convencer al especialista concienciado lingüísticamente de que hay otra solución mejor que la que él defiende. No hay más que recordar el caso de aquél que, llevado por su afán de purismo y genuinidad, llegó a cuestionar la catalanidad del término tomàquet (tomate en español), hispanismo procedente del azteca e introducido en el catalán en el siglo XVII, que ha pasado a integrar uno de los acompañamientos más populares de la cocina catalana, el pan con tomate.

 

La normalización conceptual: el papel de los especialistas

Decíamos al principio que en la normalización de la terminología científica y técnica los especialistas desempeñan una función fundamental, ya que el establecimiento de nomenclaturas se asienta sobre la base del consenso en cuanto a conceptos, sistemas nocionales y uso de los términos especializados. Este acuerdo debe ser alcanzado por los especialistas de los distintos ámbitos del conocimiento en cooperación con los terminólogos, que son generalmente los responsables y coordinadores de las actividades de normalización.

La participación de los especialistas en este proceso es comúnmente conocida, al menos en la terminología catalana, como normalización conceptual, y se concibe como un paso previo e indispensable de la normalización formal, o fijación de las denominaciones o etiquetas lingüísticas que deberán representar a los conceptos. Como es lógico, la normalización conceptual, dependiendo de cada caso, reviste mayor o menor complejidad. Así, mientras que algunos términos y sistemas nocionales se hallan ya legitimados por especialistas, otros todavía deben construirse o presentan discrepancias entre distintas escuelas o ámbitos de aplicación.

Más adelante veremos cómo se organizan las actividades de normalización conceptual. Nos interesa ahora repasar someramente en qué se concreta la participación de los especialistas en este proceso o, dicho de otro modo, qué labores les son encomendadas por los terminólogos en el proceso de normalización.

Hay que decir de entrada que la potestad sobre la adecuación de la noción pertenece a los especialistas. Por lo tanto, son ellos los que deben decidir sobre la necesidad de un término en un dominio concreto; si una definición describe correctamente a un término (y qué rasgos le sobran o le faltan); si dos términos son sinónimos dentro de un mismo campo de especialidad, y qué jerarquía semántica mantienen; si dos nociones se superponen o confunden bajo una misma etiqueta terminológica; cómo se estructuran las nociones dentro de los ámbitos del saber, etc. Pero, además, los especialistas nos dan una información muy valiosa relacionada con el uso de los términos: aparte de informar sobre qué formas se utilizan para referirse a determinadas nociones, nos indican también cuál es el pulso del ámbito a que pertenecen en lo referente a normalización y cambio lingüístico; qué tradición neológica es la imperante en cada sector; qué propuestas neológicas tienen, en su opinión, condiciones de viabilidad; qué neologismos pueden ser rechazados por connotaciones peyorativas o malsonantes; etc. Para decirlo resumidamente, en el proceso de normalización los especialistas fijan las nociones, informan sobre el uso real de los términos y ratifican, si lo consideran oportuno, las propuestas neológicas que les son presentadas por los terminólogos, o bien proponen otras.

 

Los sistemas de trabajo de la normalización conceptual

En TERMCAT, en el ámbito de la normalización, el trabajo con los especialistas se desarrolla a tres niveles distintos, en función del tiempo y los recursos disponibles: la consulta puntual, la sesión de normalización y el comité técnico.

El sistema que menos tiempo requiere es la consulta puntual. El avance de Internet permite que las consultas telefónicas vayan siendo substituidas paulatinamente por correos electrónicos. Además del evidente ahorro económico, tiene también otras ventajas, como el asegurarse de que la consulta no llega en un momento inoportuno para el especialista, posibilitarle una reflexión más larga o también evitar las interpretaciones equívocas que conlleva la transmisión oral de las informaciones. A pesar de ello, se pierde la espontaneidad de una entrevista telefónica, en que en función de la respuesta se pueden improvisar nuevas preguntas. Aunque estas segundas preguntas también pueden formularse por correo electrónico es evidente que la inmediatez de las respuestas es menor.

Sin embargo, este tipo de comunicación dificulta la posibilidad de contrastar opiniones no coincidentes o inclusos contradictorias ya que el diálogo con los distintos especialistas no se produce nunca de manera simultánea.

Las sesiones de normalización temáticas con un grupo de especialistas representativos de un sector aseguran que las decisiones finales sean fruto de un consenso y que las aportaciones imprevistas sean valoradas simultáneamente por el resto de técnicos. Sin embargo, para llevarlas a cabo es necesario disponer de más tiempo y recursos para poder contactar y convocar a los especialistas, enviarles las cuestiones a tratar con la suficiente antelación y también que haya un número suficiente de términos de una misma área (es realmente poco productivo convocar una reunión para tratar un solo caso terminológico). Aparte, claro está, de convencerles de que es útil emplear unas horas en la fijación de algunos de los vocablos que utilizan en su trabajo cotidiano. Por ello es importante que estén vinculados a instituciones representativas, ya que asegura en principio su buena disposición.

En TERMCAT hemos llevado a cabo durante este último año varias sesiones con resultados muy positivos en áreas con fuerte influjo del inglés y con muchos neologismos que designan conceptos poco fijados aún: concretamente en publicidad, marketing y snowboard. En cada una de estas reuniones, dirigidas por terminólogos de TERMCAT, se trataron una cincuentena de términos y asistieron unos diez especialistas. En la mayoría de los casos los especialistas fueron muy receptivos frente a las propuestas realizadas por los terminólogos en un estudio previo, e incluso propusieron otras nuevas. Por ejemplo, de la sesión de publicidad surgió el sintagma primera menció ('primera mención') como alternativa al préstamo top of mind, que designa la primera marca que nos viene a la cabeza en una encuesta de un tipo de producto concreto (por ejemplo, Coca Cola como referente de los refrescos de cola). Sin embargo, esta buena predisposición no es suficiente para asegurar el uso de las propuestas, pues los mismos especialistas que las han ratificado, e incluso aplaudido, es probable que las olviden una vez abandonen la sala de reuniones. Sólo una difusión adecuada de las resoluciones puede dar alguna oportunidad a los nuevos términos. Normalmente, su propagación en publicaciones y webs de referencia o en la prensa (especializada o no, en función del término) determinará su futuro. También su adopción en ámbitos docentes facilitará su conocimiento y difusión a medio y a largo plazo.

Hay aún una tercera vía de normalización. La constituyen lo que nosotros llamamos comités técnicos y que se distinguen de los anteriores por su carácter permanente. Sin duda, la fiabilidad y coherencia de las opiniones de especialistas que se reúnen periódicamente es más alta que la de los que por primera vez se plantean la vertiente terminológica de su profesión. Sin embargo, su carácter institucional y englobador las puede hacer menos operativas que una sesión de normalización. ¿Serán suficientemente válidas las opiniones de un comité de medicina si se delibera sobre términos de oftalmología, por ejemplo? Parece evidente que no. La solución es vertebrar subcomités de trabajo temáticos, con una subespecialización de los técnicos acorde con los términos tratados. Por ejemplo, a petición de los especialistas, se está estructurando este año un comité sobre seres vivos, que incluye mamíferos, aves, invertebrados, etc., todos ellos con unos problemas de nomenclatura comunes (denominaciones exóticas, nombres científicos, etc.). Sin embargo, este comité no es suficientemente competente para tratar temas más específicos, como establecer criterios de adaptación de los topónimos que integran las denominaciones de razas de mamíferos (por ejemplo, ¿vaca charolaise o charolesa?). Para esta tarea se recurrirá a un subcomité sobre mamíferos, que actuará en combinación con el comité general sobre seres vivos.

Todas estas resoluciones, sin embargo, necesitan de la legitimación formal antes de su difusión. El Consejo Supervisor, organismo permanente integrado por lingüistas y terminólogos de TERMCAT y del Institut d'Estudis Catalans, que es la academia de la lengua catalana, las ratificará o no en función de criterios de tipo lingüístico y terminológico. Esto puede implicar en ocasiones tener que negociar a posteriori con los especialistas y sancionar alguna denominación que no contaba con su apoyo mayoritario. Por ejemplo, también en publicidad, a pesar de que en la sesión los especialistas habían propuesto mantener el uso del préstamo jingle para referirse a la breve composición musical que sirve para identificar una marca, el Consejo Supervisor aprobó el neologismo melodia publicitària ('melodía publicitaria'). En último término, como comentábamos antes, la mayoría de especialistas suelen acatar las decisiones de los lingüistas aunque difieran notablemente del uso generalizado. Pero como también hemos dicho, más difícil será que las utilicen… Ése es otro de los motivos por los que conviene implicar a los especialistas en la normalización. Si ellos se sienten un poco padres de aquellos términos más fácilmente los harán suyos y los defenderán ante los colegas más reticentes a abandonar el uso del préstamo. Si, además, como en el caso de las sesiones de normalización y de los comités técnicos, las nuevas denominaciones son difundidas por organismos competentes en el sector, se habrá derribado una primera barrera en su aceptación, que es el pensar que la nueva denominación ha sido creada por un lingüista ignorante de las peculiaridades terminológicas de aquel dominio de especialidad.

 

Algunas sugerencias para la cooperación de terminólogos y especialistas

Creemos que para que la cooperación entre terminólogos y especialistas sea más fructífera se debe trabajar en dos aspectos que ya se han apuntado: por un lado, la creación de organismos temáticos de colaboración continuada y, por otro, la potenciación de la formación terminológica de los especialistas.

Se podrían establecer, para cada lengua, distintos comités para cada una de las áreas temáticas generales (derecho, medicina, biología, etc.), que en la práctica se vertebrarán a través de subcomités especializados, mucho más operativos (derecho penal, oftalmología, citología, etc.). Los intercambios de información entre los comités correlativos de cada país permitirían unificar definiciones y fijar las correspondencias en cada lengua. El progresivo avance de Internet y de las ciencias de la telecomunicación facilitarían la celebración de sesiones de trabajo virtuales. Sin embargo, la última palabra sobre la adecuación lingüística de estos términos la tendrían siempre los organismos lingüísticos competentes en cada idioma, en el caso que los haya. Referente a este punto, es necesaria una coordinación total entre los distintos organismos para evitar que circulen simultáneamente diversas propuestas en una misma lengua, que pueden desorientar al usuario y restar credibilidad al proceso de normalización.

Otro aspecto en que queda mucho camino por recorrer es en la formación terminológica de los especialistas. La colaboración prolongada en comités sin duda les puede permitir conocer mejor los principios en que se basa el trabajo terminológico, pero esto no es suficiente. Sería ideal que los estudiantes de cursos superiores, que centrarán más adelante sus estudios en la investigación al más alto nivel, tuvieran conocimientos de terminología que les impulsaran a colaborar en la estandarización, tanto conceptual como formal, de las nuevas denominaciones. La creación de una asignatura de terminología y neología, que ya se imparte a otros colectivos difusores de terminología, como son los periodistas o los traductores, ayudaría a que estos investigadores poseyeran un conocimiento más estructurado de su saber científico y a que se redujera la polisemia, la ambigüedad y el uso de calcos y préstamos. También sería interesante que durante la enseñanza preuniversitaria se dieran a conocer los procesos léxicos de creación neológica.

La participación activa de técnicos sensibilizados terminológicamente en el proceso de normalización contribuye a minimizar dos de los factores que más lo dificultan: por un lado, se evita la sensación de que ya no se puede erradicar una denominación lingüísticamente poco adecuada no sólo porque se ha perdido el tren, sino incluso porque cuando pasó el término por ahí aún no se había construido la estación. Esto pasa porque cuando los terminólogos nos planteamos la normalización de un término el vocablo foráneo ya es conocido por al menos dos generaciones académicas de especialistas, lo que nos puede llevar incluso a normalizar términos prácticamente obsoletos. Si en el momento en que nace el nuevo concepto o cuando éste se introduce en nuestra comunidad científica acompañado de la denominación original (habitualmente, por qué no decirlo, inglesa) se crea una alternativa autóctona, que se asocie ya desde un principio al concepto, ésta podrá luchar de igual a igual con el préstamo, que quizás ya no llegará a ser tal (porque, no nos engañemos, aunque algunos especialistas nos quieran hacer creer lo contrario, cualquier lengua está capacitada para designar con recursos lingüísticos propios cualquier nuevo concepto). De esta manera se hace posible que la fuente del neologismo sea una institución especializada que, como hemos dicho, goza de más confianza entre los técnicos que los organismos lingüísticos de normalización. Así, por ejemplo, si programari en catalán o logiciel en francés se hubiesen introducido en los círculos de especialistas a la par que software, se habría podido erradicar por completo el uso del préstamo inglés.

El otro motivo por el que los especialistas deben asumir el papel que les corresponde como terminólogos es que no parece materialmente posible que los lingüistas podamos arremeter contra el alud de nuevos términos que surge constantemente, teniendo en cuenta que muchos de ellos tendrán una vida muy efímera y que, por tanto, en esos casos los esfuerzos de normalización habrán sido estériles y también su ingente cantidad (no en vano hace poco en una conferencia en Barcelona el periodista científico Vladimir de Semir comentaba que en un único número de la revista Nature había más términos que todos los que podría utilizar en su vida una persona del siglo XVIII).

Recapitulando, pues, nuestra propuesta para optimizar el papel del especialista en el proceso de normalización es doble: por un lado, sería interesante que se crearan comités técnicos temáticos que actuaran paralelamente en los distintos países europeos, con un intercambio fluido de información, coordinados por los organismos lingüísticos competentes. Por otro lado, creemos que sería muy positivo que se introdujera alguna asignatura de formación terminológica en la enseñanza preuniversitaria, en la universidad y en los postgrados y másters orientados a tareas de investigación. De ese modo se utilizarían adecuadamente los procesos de creación neológica y se facilitaría el trabajo compartido a nivel europeo con las máximas garantías de sistematicidad y fiabilidad.

 

_retour à la page principale_