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Argumentos económicos y lingüísticos sobre por qué invertir en terminología

Lucía Fabbri
Uruterm
 

Introducción
 

Reunir argumentos económicos y lingüísticos sobre por qué invertir en terminología me lleva como primer requisito a reflexionar sobre los propios conceptos aludidos en el título:

la terminología,

las lenguas,

la economía,

y sobre:

la vinculación entre las lenguas y la terminología,

entre la economía y la terminología,

entre lo económico, lo lingüístico y la terminología,

y sobre cómo esa tríada se vincula con la inversión, cómo los vínculos entre esa tríada son argumentos para la inversión.

¿Desde qué lugar hablo? No como especialista en economía. Como terminóloga y como latino-americana; como terminóloga latinoamericana que me pregunto: ¿Qué valor tiene lo que hacemos? ¿A quién le sirve? ¿Cómo tiene que ser mi trabajo para que sirva, para que sea adecuado? ¿Qué quiere decir adecuado? ¿Para quién?

 


1. Lengua y terminología
 

¿A qué entidad o entidades hacemos referencia cuando hablamos de “terminología”?

A cierto tipo de objetos (los términos, las terminologías);

a cierto tipo de actividad profesional (el trabajo de los terminólogos cuyo resultado permite disponer de esos objetos, de esas terminologías);

a cierto tipo de disciplina académica (que incluye investigación, formación y aplicación).

 

Terminología como objeto: los términos

Como terminóloga participo de las concepciones que ven a los términos como Unidades de conocimiento especializado (Cabré), unidades de comunicación especializada (Cabré), o unidades de comprensión (units of understanding, Temmerman).

Objetos de naturaleza lingüística: no existen los conceptos en abstracto, innominados e indefinidos. Son seres lingüísticos: nacen, luchan por sobrevivir y mueren en el seno de las lenguas. Lenguas habladas por ciudadanos de sociedades concretas.

Objetos complejos, que no se presentan aislados: toda Unidad de comprensión o Unidad de conocimiento especializado integra (es miembro de) un sistema de conocimientos. Sistema de conocimientos delimitado y estable como recorte, siempre transitorio e incompleto como proceso. Sistema de conocimientos cuya representación es arbitraria pero no neutra: depende del criterio elegido por un autor o por una convención colectiva, y trasunta siempre, implícita o explícitamente, una visión del mundo.

 

Valor de los términos

Valor, valer: servir cierta cosa para (conseguir) algo, ser útil para algo, o estar en condiciones de realizar una función (específica o sobreentendida)... son los significados que encontramos en cualquier diccionario de lengua general.

Valor lingüístico de los términos

¿Para que sirven los términos?

Concebir, conceptualizar, es una las facultades cognitivas humanas, una de las funciones superiores de la especie humana: la que nos brinda la capacidad de representar, de anticipar, de planificar, de aprender. Es un instrumento que otorga poder de transformación del mundo. Cuanto más organizado y cuanto más denso el sistema de conceptos, más poder de descripción, explicación y transformación; más control sobre todo el proceso cognitivo, más aprendizaje.

Sistema de conceptos que vehicula y sostiene una visión del mundo y sustenta decisiones y acciones con origen y consecuencias sociales. Me da poder para decidir si quiero o no quiero tal objeto, si adhiero o no adhiero a tal idea, si me sumo o no me sumo a tal causa.

Por eso, cuando hablamos de los términos como unidades de comprensión o unidades de conocimiento o unidades de comunicación especializada, estamos hablando de escenarios comunicativos, de situaciones comunicativas, de finalidades comunicativas, de decisiones y de poderes. De opciones y responsabilidades.

Por eso, cuanto más rica es una lengua para nombrar el mundo, cuanto más conscientes los hablantes de los recursos de su lengua, más libres son, más soberanos.

Ese es el valor lingüístico de los términos, que es un valor social.

Terminología-producto

Los términos, las terminologías, como la prosa, existen independientemente de que sean objeto de un trabajo, de una organización sistemática y orientada a un fin, de una elaboración. Pero cuando son objeto de un trabajo, entonces se convierten en productos terminológicos y adquieren valor económico.

 


2. Economía y terminología
 

Debo decir que no adhiero a la postura que reduce la economía a una mera técnica matemática que sirve para construir modelos del comportamiento de los llamados agentes económicos mediante un conjunto de axiomas y ecuaciones despojado de todo vínculo con las circunstancias y la gente; ni exonero de responsabilidad a los economistas-tecnócratas preocupados únicamente por los equilibrios fiscales y las calificaciones de riesgo-país, carentes de actitud crítica y creadora.

Mi punto de vista sobre la economía es otro.

 

Valor económico abstracto: necesidad, trabajo, producto

¿A qué hacemos referencia cuando hablamos del valor económico de algo? Por lo pronto, a la relación entre cierta necesidad social, cierto producto destinado a llenarla, y cierta cantidad de trabajo empleado en elaborar ese producto.

necesidades sociales a satisfacer: las necesidades materiales e inmateriales que deben ser satisfechas para que la sociedad funcione y su modus vivendi perdure;

trabajo social: cierta cantidad de trabajo manual y de trabajo intelectual que debe aplicarse para producir los bienes destinados a llenar esas necesidades;

bienes en determinadas cantidades y calidades, productos tangibles e intangibles que resultan de la distribución del trabajo en diversas proporciones entre las diferentes ramas de la producción.

 

La relación entre estos tres elementos no es lineal, sino contradictoria y sistémica: ningún elemento tiene sentido si no es en su vínculo con los otros. El valor económico es el eje, la ley del sistema que vincula orgánicamente: necesidades, trabajo social y productos.

El trabajo social tiene varias cualidades: además de dar como resultado la creación de bienes, es instrumento de conocimiento. Da origen al perfeccionamiento de las técnicas cuyo conjunto llamamos tecnología, las que, reintroducidas en el proceso, permiten aumentar, por una misma unidad de tiempo, ya sea la cantidad de bienes obtenidos, ya sea su calidad, ya ambas cosas. Permite también liberar trabajo y aplicarlo a otro proceso productivo.

La historia de la humanidad es la historia de la generación de excedentes, de la reinserción de esos excedentes en el proceso productivo; de la innovación tecnológica; de la redistribución del trabajo social hacia unas u otras ramas de la economía.

Estas son las constantes. Lo variable son las formas como todo esto se ha ido concretando a lo largo de la historia y, sobre todo, cómo y cuánto de las riquezas generadas se distribuyen en el seno de las sociedades.

No voy a detenerme a recordar las etapas que atravesó la especie humana en el largo tránsito de unos modos de producción a otros, de unos sistemas de organización social a otros. Pero les pido que por un instante evoquen en sus mentes los grandes hitos de esa historia, que es la historia de crisis y penurias, florecimiento y devastación, éxitos y fracasos tecnológicos, hazañas de creatividad y valentía, guerras, genocidio, vencidos y vencedores. Es nuestra historia.

Y hoy, ¿en qué estamos?

 

La globalización

Tema grave y delicado, que merecería ser tratado con cierto detenimiento. Por razones de tiempo, me ceñiré a tocar sólo algunos aspectos que creo estrechamente vinculados con la inversión en terminología.

Los fenómenos que, a fuerza de su omnipresente uso, evoca el término “globalización” suelen señalarse desde fines de la década del ‘60. En ese momento las economías centrales afrontan una crisis cuyas características más salientes son:

acumulación de excedentes y capacidades ociosas,

disminución de los niveles de inversión,

estancamiento de la productividad,

desempleo,

inflación.

La caída generalizada de las tasas de ganancia, más la crisis petrolera de 1973, urgió a las empresas monopólicas más poderosas a reorientar sus inversiones y su influencia política con miras a relanzar la innovación tecnológica, absorber nuevos mercados y obtener mayor rentabilidad de los sectores que ya controlaban.

Asistimos así a la metamorfosis en cascada de las prácticas productivas y de gestión, con la informatización de los procesos industriales y la electronización de todas las esferas del quehacer económico. La revolución infotecnológica precipitó la sobreacumulación de capital y exacerbó las rivalidades comerciales y financieras entre las grandes empresas transnacionales, que aumentaron sus presiones para derribar cualquier tipo de impedimentos (políticos, legales o administrativos, pero también ideológicos o lingüísticos) que pudieran obstaculizar la instalación de sus filiales en todos los rincones del planeta.

Y asistimos entonces a una dura ofensiva en los ámbitos de negociación política nacionales e internacionales para ajustar las funciones del estado y modificar las legislaciones comerciales, financieras y laborales acorde a los dictados de un puñado de supermonopolios, y para imponer la legitimación ideológica de ese reordenamiento y la impunidad frente a sus altos costos humanos.

 


3. Nuevo paradigma tecno-económico
 

La innovación tecnológica, requisito fundamental del modo de producción capitalista, se desplaza del paradigma metal-mecánico al de la información y de la ingeniería del conocimiento.

El conocimiento siempre ha sido un pilar de la producción. No hay artefacto que no contenga conocimiento; la innovación es inherente al trabajo social, a todo trabajo. Lo novedoso de la actual revolución tecnológica no es tanto la absoluta primacía de la cantidad de trabajo intelectual sobre la cantidad de trabajo manual contenido en cada objeto, sino el hecho de que el conocimiento mismo se convierte en una materia prima directa, la materia prima más costosa, la más difícil de aprehender, pero también la más rentable.

A diferencia de toda otra materia prima, el conocimiento no está sujeto a imperativos geográficos ni temporales. Los productos basados en las tecnologías de la información y el conocimiento reúnen indisociablemente la idea y su aplicación, prescinden de la subordinación a una materia física determinada y pueden aplicarse indefinidamente sin gastarse ni alterarse.

El nuevo paradigma tecno-económico no se caracteriza tanto por la inusitada cantidad de aparatos que es capaz de engendrar, sino por fundarse en la industrialización de los procesos simbólicos. De ahí su poder sin precedentes de alterar las relaciones sociales, las referencias espaciales y temporales, la apropiación individual y colectiva de poderes y libertades.

 

El teletrabajo

La interconexión de los puestos de trabajo de las empresas y plantas industriales mediante la tecnología telemática resuelve muchas ineficiencias y desperdicios de tiempo y dinero:

facilita la coordinación y la complementación

permite intervenir a distancia

reduce costos de desplazamientos

agilita la difusión de la información

permite dosificar el volumen de trabajo dentro de cada filial y sobre todo entre filiales, en función de una regulación de la oferta y la demanda administrada monopólicamente a escala mundial.

Todas estas ventajas son irrealizables sin drásticos ajustes en la distribución social del trabajo.

 

Cambios en los métodos y en las relaciones de trabajo: la flexibilización laboral

Por la vía de los hechos y a través de presiones políticas sobre gobiernos y sindicatos, las reglas del capitalismo info-tecnológico se unifican y legitiman en todo el planeta.

Segmentación de los procesos productivos

acortamiento del ciclo vital de la mayoría de los oficios, que se tornan obsoletos en pocos años,

eliminación de la “especialización” y del empleo “para toda la vida” [1],

exigencia de info-destrezas para poder acceder a un puesto de trabajo,

selectividad en función de patrones de rendimiento,

precarización del empleo: contratos a tiempo parcial, trabajo temporal, horarios flexibles, despidos sin compensaciones,

pérdida de poder de negociación colectiva,

reducción de los salarios, eliminación de seguros y beneficios sociales,

aumento de la tasa de desempleo, del subempleo latente y de la desocupación disfrazada.

 

Relaciones internacionales

En el llamado concierto mundial de naciones, el fin de la confrontación este-oeste cedió el paso a la expansión universal del capitalismo y a la proliferación de conflictos armados cuyo estallido, desarrollo y resolución son la anécdota truculenta que registran las cámaras de un par de mega empresas mediáticas y compran y difunden nuestros noticieros televisivos de cada noche.

Junto a la aparición de nuevos estados y nuevos procesos de integración regional, en vez de avanzar hacia una mayor democratización de las relaciones internacionales, soportamos el despotismo mesiánico de un super estado super soberano.

Los ámbitos intergubernamentales creados con posterioridad a la II Guerra Mundial con el cometido entonces proclamado de velar por el equilibrio económico y la paz mundial, se tornaron clubes de élite donde un reducidísimo grupo de socios formulan las reglas que han de ser adoptadas y aplaudidas por todos. La OMC sucede al GATT, el FMI se convierte en el rector incuestionado e incuestionable de la gestión financiera de todas las naciones, y ya nadie recuerda que el Banco Mundial fue bautizado al nacer Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento.

La saturación que registra la agenda internacional con la multiplicidad de reuniones ministeriales y cumbres presidenciales no ha servido para reducir en lo más mínimo la asimetría centro-periferia que se verifica en el peso político y económico de las dos partes: mientras la periferia debe someterse a un implacable calendario para eliminar barreras a la libre circulación de productos y capitales, privatizar las empresas estatales de valor estratégico, desmantelar las industrias nacionales, y aplaudir la concesión de préstamos financieros a tasas de interés del 75% anual, en los países centrales se despliegan todos los recursos legales y financieros del estado para subvencionar la agricultura y blindar las fronteras contra la importación.

Atrapados sin saber cómo en los hilos invisibles de la intrincada telaraña financiera mundial, nos vamos acostumbrando como a una moda a las crisis en cascada o “con efecto dominó”: tequila, arroz, vodka, caipirinha... y ahora tango y corralito...

 

Inclusión/exclusión

Con la globalización se despliega una malla de interconexiones que, pese a lo que suele afirmarse, es selectiva: une y anuda todo lo funcionalmente rentable (regiones, empresas, instituciones, personas tele-empleadas y tele-usuarias), al mismo tiempo que desconecta y anula todo lo que desde ese punto de vista no vale (medios tradicionales de transporte y comunicación, hábitos, oficios, lenguas, culturas, derechos, ideas).

La sociedad de la información no es para todos. Se necesita tener a disposición una computadora y una línea telefónica, lo que ya elimina casi por completo a un continente entero, Africa, y a un porcentaje altísimo de las poblaciones de Asia y de América Latina. Se necesita además un dominio básico de los códigos lingüísticos empleados en la red, una comprensión básica de la lógica de las telecomunicaciones y de los programas de mensajería electrónica y de búsqueda de información. ¿Cuántas personas (y sobre todo cuántos jóvenes y cuántos adultos mayores) ya han quedado irremediablemente relegados a la categoría de analfabetos digitales? [2]

La exclusión tiene una doble cara, material e ideológica; desmantela las referencias personales y provoca un sentimiento de impotencia y desamparo que va ganando a más y más ciudadanos que no participan del ciberespacio ni son empleados por la infoeconomía, y que se ven despojados, junto con su empleo, de sus lugares históricos de relación social y de negociación con el poder.

La exclusión presiona más sobre la demanda de empleo que sobre la oferta: la primera reivindicación que reclaman las dirigencias sindicales y las grandes masas no sindicalizadas es tener empleo, cualquier empleo. ¡Ya no se lucha por mejores condiciones de trabajo y en contra de la explotación, sino por el privilegio de integrar el pelotón de los explotados no exluidos!


4. Brecha tecnoeconómica
  Para invertir en las nuevas tecnologías se necesitan conocimientos especializados, grandes volúmenes de producción, fuerte capacidad financiera, acceso a grandes masas de consumidores, y el dominio sobre un conjunto articulado de sectores complementarios de la economía.

El nuevo paradigma tecno-económico surge en las economías centrales y se apoya sobre una acumulación previa de recursos y de conocimientos que es condición de la capacidad de innovar.

En los países de la periferia, la situación es, como sabemos, la opuesta: retraso tecnológico, exigüidad del ahorro interno, fuerte endeudamiento externo, pobreza del sistema educativo, vulnerabilidad financiera, inestabilidad política.

La asimetría ya imperante bajo el paradigma anterior, no puede sino acentuarse bajo el nuevo, porque es inherente a las condiciones de su propia existencia. La aplicación de las infotecnologías induce tasas de ganancias gigantescas que incrementan incesantemente la capacidad de seguir innovando, volviendo más rápido y más profundo el ahondamiento de la brecha.

Las empresas de los países centrales no transfieren los conocimientos de punta hacia la periferia, y además presionan a sus estados de origen para que practiquen una fuerte política proteccionista en materia de marcas y patentes.

Hoy en día el comercio internacional se reparte en tres partes aproximadamente iguales : un tercio corresponde al comercio de las empresas transnacionales entre sí, un tercio al comercio de las trasnacionales con sus propias filiales, y sólo el último tercio al comercio convencional entre países.

Las empresas nacionales de la periferia sólo pueden aspirar a intervenir en este último tercio. Y para intervenir en esta porción, hay que cumplir con normativas en cuya redacción los países de la periferia han tenido escasa o nula participación, y que, por supuesto, establecen requisitos difícilmente alcanzables.

Aún en los sectores “tradicionales” del paradigma metal-mecánico (por ejemplo la industria automotriz) las posibilidades de expansión de la periferia es marginal y acotado. Aun en esas ramas de (relativamente) menor sofisticación tecnológica, y a pesar de las diferencias salariales, las empresas de la periferia no pueden competir. Las industrias surgidas al amparo del modelo de sustitución de importaciones fueron condenadas a volverse chatarra al liberalizarse las importaciones y los servicios.

Pese a este panorama, los flujos entre centro y periferia no son unidireccionales. Mientras el movimiento de símbolos y de objetos de consumo va del centro a la periferia, el éxodo de millones de emigrantes va de la periferia al centro.

En esta Babel de dimensiones y contradicciones extremas en que se ha convertido nuestra tierra, no es difícil sentirse abrumados ante los desafíos que afrontamos los que trabajamos en terminología. Pero ¿cómo se vincula todo lo dicho con la inversión en terminología?


5. Valor económico de los productos terminológicos
 

Inserto en procesos dispersos que no sabemos dónde comienzan ni dónde terminan, ¿qué valor económico tiene nuestro trabajo?

¿De qué tipo de trabajos pueden ser objeto las terminologías, los sistemas conceptuales? ¿En cuántas esferas de actividad humana intervienen las terminologías y qué papel desempeñan? ¿Cuál es la función económica de las terminologías?

Lo que me interesa destacar no es la forma que adopta el trabajo terminológico (diccionario, vocabulario, tesauro, árbol conceptual, grafo o red semántica, base de conocimientos, fraseología) sino qué necesidades sociales reclaman terminología hoy en día.

En otras palabras: ¿en qué forma la terminología realiza la síntesis necesidades-trabajo social-productos en la era del capitalismo info-tecnológico?

Las necesidades terminológicas no están determinadas por lo que los autores y difusores de productos terminológicos deseen o puedan ofrecer, sino por el lugar que cada lengua ocupa en los escenarios comunicativos mundiales y la vulnerabilidad o fortaleza de ese lugar.

Los escenarios más críticos de uso de terminología son aquellos donde la inequidad terminológica reviste mayor gravedad y acarrea más perjuicios a las sociedades, es decir, a los ciudadanos, a las mayorías:

el comercio internacional,

las negociaciones económicas y políticas de carácter intergubernamental,

los medios de creación de opinión,

las redes telemáticas de toda naturaleza.

En esos escenarios, los ciudadanos de los países centrales y de los países periféricos, aunque hablemos la misma lengua, no estamos en igualdad de condiciones. Ni lo están por lo tanto nuestras propias lenguas.

 

Usos “tradicionales” de las terminologías

Bisagras interlingüísticas

Sistemas de clasificación

Todos conocemos los productos considerados típicamente como “productos terminológicos”: los vocabularios, los glosarios, los bancos de datos terminológicos, los tesauros. Todos ellos son insumos directos de actividades como la traducción, la interpretación, la gestión documental. Como necesidades a colmar, se trata probablemente de las más antiguas y, en todo caso, las que inspiraron los esfuerzos teóricos y prácticos de los primeros terminólogos. En los últimos treinta años la expansión explosiva de la capacidad de almacenamiento y de cálculo de las computadoras dio un impulso sin precedentes al tratamiento cuantitativo de la información y del lenguaje, y desde entonces disponemos de sistemas de gestión de bases de datos documentales y terminológicos cada vez más ingeniosos, capaces de ejecutar toda suerte de malabarismos con cadenas de caracteres y provistos de vistosas interfaces.

 

Usos recientes de las terminologías

La memoria nodal (hipervínculos, hipertexto)

La memoria razonante (bases de conocimiento, sistemas expertos)

Los sistemas expertos se esforzaron en imitar los modos de razonamiento de un especialista, discriminando reglas y datos. Las redes telemáticas atomizaron la localización de la información, y obligaron a desarrollar herramientas para el manejo no lineal de los datos. La necesidad de describir, representar y manejar meta-informaciones y meta-conocimientos dio nacimiento a la ingeniería del conocimiento, y la terminología empezó a ser empleada también como un insumo indirecto de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.

 

Usos potenciales de las terminologías

La memoria productiva o capital “saber”.

La memoria identitaria

Las restructuras y fusiones de empresas, los despidos y la flexibilización laboral, junto a los efectos esperados en materia de tasas de ganancia o reducción de costos, acarrean otros efectos no previstos ni deseados: la pérdida del patrimonio intelectual de la empresa, cuya huella se pierde junto con la de los ex empleados.

La traspolación de métodos de producción y de gestión no acompañados por procesos de adaptación a las realidades sociales y medioambientales locales destruye o degenera el patrimonio cultural, que también es un patrimonio económico y social.

Los saberes originados en la experiencia son en su mayor medida tácitos; quien los detenta rara vez se ha detenido a formalizarlos. A pesar de las expectativas de algunos diseñadores de sistemas expertos, la construcción del sentido y el proceso de interpretación desbordan los límites del silogismo, y la posibilidad de extender la memorización por medios informáticos a los modos de razonamiento no queda agotada en la mecánica de un motor de inferencia.

La relación maestro-aprendiz que durante milenios había asegurado la perpetuación del saber, y que parecía sepultada o reducida a una práctica propia de algunos oficios manuales, sobrevivientes anacrónicos de la Edad Media, empieza a ser redescubierta, movida por la preocupación ecológica o por el ánimo lucrativo.

El nuevo paradigma tecno-económico vuelve inoperante la jerarquía saber académico-saber empírico y borra las fronteras entre saberes “cultos” y saberes “populares”. Hoy todos los saberes pueden ser objeto de memorización informática, y el campo de lo memorizable no cesa de crecer.

En todos los casos, identificar esos saberes, organizarlos, representarlos y divulgarlos es conferir poder a quienes estén en condiciones hacer uso de ellos. Participar en estos procesos es el más reciente desafío para las ciencias cognitivas, para la ingeniería del conocimiento y, por lo tanto, para la terminología.


6. Retos
  Queda claro con todo lo dicho que los mayores retos para los que nos ocupamos de la terminología están dados por la omnipresente intervención de las ciencias cognitivas y, por lo tanto, de la terminología, en el nuevo paradigma tecno-económico.

¿Dónde se encuentra la terminología-materia prima? ¿A dónde va a parar? ¿Quién va a usarla? ¿Para qué?

La brecha tecnológica también afecta a la terminología, allí donde está su fuente: el trabajo de los terminólogos, y la actividad académica.

En los países centrales la producción de terminología y de neología se hace a escala industrial; porque debe responder a demandas cotidianas de la Administración y de la ciudadanía, y debe responder imperativamente, por ley.

En consecuencia la producción y la difusión de terminología tienen allí el volumen, la calidad, y los recursos propios de una producción orientada al ordenamiento lingüístico dentro de fronteras, y a la competencia por mercados en el exterior.

En los países periféricos la producción de terminología es fundamentalmente un subproducto de la formación académica, y por eso tiene el volumen, el ritmo, el contenido, la finalidad, la difusión, y la remuneración propios de los trabajos universitarios (en las antípodas de la producción a escala industrial, planificada y subvencionada).

En los países periféricos no contamos con estudios sistemáticos acerca de las necesidades terminológicas de nuestras lenguas, y mucho menos contamos con estudios preventivos sobre las necesidades terminológicas en los escenarios comunicativos más comprometidos (negociaciones intergubernamentales, comercio internacional y comercio electrónico, investigación científica de punta, educación, publicidad, consumo masivo, normativa industrial y medioambiental, medios masivos de información y entretenimiento...).

Mientras la producción de terminología en los países periféricos siga siendo un subproducto de la formación académica (sea cual sea el nivel: pregrado, maestría, doctorado), no alcanzaremos las condiciones necesarias para responder a los desafíos que afrontan nuestras lenguas y nuestras sociedades.

Esas condiciones son: volumen, adecuación, diversidad, y continuidad.

Esas condiciones sólo pueden lograrse mediante estructuras organizativas y fuentes de financiamiento de naturaleza tal que nos permitan hacer diagnósticos de necesidades, trazar planes de producción-difusión adecuados, controlar su ejecución y garantizar su permanencia en el tiempo.


7. Conclusiones
  La superabundancia de productos nos abruma de prótesis, y nos empuja a tomar las cualidades aparentes de esas prótesis por axiomas y a imbuirnos de una lógica de la fatalidad que pretende obligarnos a aceptar con resignación la escandalosa injusticia del actual orden económico mundial.

La inversión en innovación tecnológica regida por imperativos monopólicos de rentabilidad económica y justificación ideológica, no es la única posible. Una mera razón debería ser suficiente para convencernos: su perversidad. Pero hay otras razones: la asimetría y la inequidad no están en la naturaleza misma de la invención en tanto capacidad creativa humana, ni en las materias en que se apoya; sino en las voluntades que deciden en qué se invierte el capital tecnológico y perpetúan las condiciones de su reproducción depredadora.

¿Debemos prepararnos para ser radiados sin chistar cuando las técnicas de extracción y modelización automática de términos ocupen nuestro puesto?

Las necesidades sociales en las que emplear nuestro saber y nuestro saber hacer no están en peligro de extinción: No están agotadas ni en vías de agotarse las necesidades (incluidas las terminológicas) de quienes no han sido consultados ni beneficiados por los progresos técnicos de la sociedad de la información, y cuyos derechos son ignorados, pervertidos o descalificados: alimentación, salud, trabajo, educación, expresión artística, recreación, participación política, opinión.

No hay razones intelectuales ni materiales que impidan que la tecnología de reconocimiento de voz, por ejemplo, pudiera contribuir a preservar la biodiversidad cultural mediante sistemas destinados a prevenir la extinción de las lenguas no escritas; a dignificar las culturas de los pueblos que las hablan; a franquear su ingreso a la categoría de ciudadanos del mundo globalizado.

 

Invertir en terminología: para qué, en qué, cómo, por qué

No me interesa asesorar a Bill Gates. Pero sí quisiera sensibilizar y convencer a empresas, universidades, organismos intergubernamentales y colegas acerca de que la inversión depredadora no es la única posible.

Invertir con qué fines

Políticas de ordenamiento terminológico: investigación, docencia, innovación

Ya existen reglamentaciones internacionales que tienden a preservar el medio ambiente y deben ser cumplidas en las operaciones de comercio internacional de mercaderías.

Propongamos a los gobiernos de los países poseedores de políticas lingüísticas que inviertan en ilustrar y convencer a sus pares sobre la cuestión de los derechos lingüísticos de los ciudadanos.

Preservar la biodiversidad lingüística y cognitiva

Propongamos la creación de fondos intergubernamentales para fomentar en forma sostenida la producción-difusión-investigación-formación en terminología e industrias del lenguaje, garantizando la participación equitativa de todos nuestros países.

Democratizar el conocimiento

Invertir en la investigación para diseñar no mejores “prótesis terminológicas” sino mejores modelos cognitivos que permitan comprender, representar y respetar la diversidad; que estimulen la actitud crítica; que fortalezcan la autonomía y la autoestima de los ciudadanos.

Memoria del saber

Invertir para que la I+D aplicada a imitar en una computadora las habilidades humanas, tornando obsoletas ciertas profesiones y a los especialistas correspondientes en insumos desechables, se oriente simultáneamente a la reutilización de los saberes de esos profesionales.

Justo valor y justa distribución

No estamos “condenados” a convertirnos en proveedores de materia prima lingüística con escaso valor agregado. Ni obligados a aceptar recibir a cambio de ello un apretón de manos y una mención junto a un logo institucional.

Y si reconocemos que es difícil estimar cuánto vale nuestro trabajo, propongamos invertir dinero en estudios transdisciplinarios destinados a estimar fundadamente el valor de la propiedad intelectual, del capital saber.

Invertir en qué: prioridades

En la terminología de los temas de las agendas de negociación internacional,

En la terminología jurídica, sobre todo del derecho internacional y del derecho comparado,

En la terminología de las normas técnicas internacionales,

En las temáticas y metodologías de la enseñanza a distancia,

En la preservación de saberes en vías de extinción,

En la comprensión no prejuiciosa de fenómenos nuevos: el trueque, las organizaciones de excluidos, las reivindicaciones de las minorías.

Cómo invertir

Debemos y podemos oponernos a la depredación y al asistencialismo; y estudiar fórmulas de cooperación sanas y equitativas, con participación de todas las partes en la toma de decisiones y una justa repartición de los beneficios. Eso implica:

Estrategias: Programas basados en estudios reales de necesidades y posibilidades,

Financiamiento: Fondos multilaterales de cooperación, administrados por las partes interesadas,

Pluralidad: democracia y co-responsabilidad en las decisiones.

Por qué invertir

Por razones éticas: es deber de todos preservar la biodiversidad cultural, lingüística y cognitiva de nuestra especie;

Por razones políticas: podemos y debemos combatir el autoritarismo y la exclusión; podemos y debemos defender el derecho a la soberanía de las naciones y a la libertad de los ciudadanos;

Por razones económicas: evitemos el desperdicio de inventar lo ya inventado; protejamos y aprovechemos mejor el patrimonio saber, que nos pertenece a todos.

Por razones numéricas: los excluidos son la mayoría.


Bibliografía
 

BARAN P. A. y Paul M. SWEEZY, El capitalismo monopolista, ed. Siglo XXI, México, 1968

CABRÉ, M. Teresa, La terminología. Representación y comunicación. Una teoría de base comunicativa y otros artículos, IULA, Barcelona, 1999.

Courrier de l’Unesco, L’économie de l’immatériel, décembre 1998.

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STIGLITZ, Joseph E., La grande désillusion, Fayard, Paris, 2002.

TEMMERMAN, Rita, Towards New Ways of Terminology Description, John Benjamins, Amsterdam, 2000.


Notas
 

[1] En Europa entre 1992 y 1996 la casi totalidad de empleos creados fueron de tiempo parcial.

[2] Cuatro quintas partes de la población mundial según el PNUD.






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