Argumentos económicos
y lingüísticos sobre por qué
invertir en terminología
Lucía Fabbri
Uruterm
Introducción
Reunir argumentos económicos y lingüísticos
sobre por qué invertir en terminología
me lleva como primer requisito a reflexionar sobre
los propios conceptos aludidos en el título:
la terminología,
las lenguas,
la economía,
y sobre:
la vinculación entre las lenguas y la
terminología,
entre la economía y la terminología,
entre lo económico, lo lingüístico
y la terminología,
y sobre cómo esa tríada se vincula
con la inversión, cómo los vínculos
entre esa tríada son argumentos para
la inversión.
¿Desde qué lugar hablo? No como
especialista en economía. Como terminóloga
y como latino-americana; como terminóloga
latinoamericana que me pregunto: ¿Qué
valor tiene lo que hacemos? ¿A quién
le sirve? ¿Cómo tiene que ser mi
trabajo para que sirva, para que sea adecuado?
¿Qué quiere decir adecuado?
¿Para quién?
1. Lengua y terminología
¿A qué entidad o entidades hacemos
referencia cuando hablamos de “terminología”?
A cierto tipo de objetos (los términos,
las terminologías);
a cierto tipo de actividad profesional
(el trabajo de los terminólogos cuyo
resultado permite disponer de esos objetos,
de esas terminologías);
a cierto tipo de disciplina académica
(que incluye investigación, formación
y aplicación).
Terminología como
objeto: los términos
Como terminóloga participo de las concepciones
que ven a los términos como Unidades
de conocimiento especializado (Cabré),
unidades de comunicación especializada
(Cabré), o unidades de comprensión
(units of understanding, Temmerman).
Objetos de naturaleza lingüística:
no existen los conceptos en abstracto, innominados
e indefinidos. Son seres lingüísticos:
nacen, luchan por sobrevivir y mueren en el
seno de las lenguas. Lenguas habladas por ciudadanos
de sociedades concretas.
Objetos complejos, que no se presentan
aislados: toda Unidad de comprensión
o Unidad de conocimiento especializado
integra (es miembro de) un sistema de conocimientos.
Sistema de conocimientos delimitado y estable
como recorte, siempre transitorio e incompleto
como proceso. Sistema de conocimientos
cuya representación es arbitraria
pero no neutra: depende del criterio
elegido por un autor o por una convención
colectiva, y trasunta siempre, implícita
o explícitamente, una visión del
mundo.
Valor de los términos
Valor, valer: servir cierta cosa para
(conseguir) algo, ser útil para algo, o
estar en condiciones de realizar una función
(específica o sobreentendida)... son los
significados que encontramos en cualquier diccionario
de lengua general.
Valor lingüístico
de los términos
¿Para que sirven los términos?
Concebir, conceptualizar, es una
las facultades cognitivas humanas, una de las
funciones superiores de la especie humana: la
que nos brinda la capacidad de representar,
de anticipar, de planificar, de aprender. Es
un instrumento que otorga poder de transformación
del mundo. Cuanto más organizado
y cuanto más denso el sistema de conceptos,
más poder de descripción, explicación
y transformación; más control
sobre todo el proceso cognitivo, más
aprendizaje.
Sistema de conceptos que vehicula y sostiene
una visión del mundo y sustenta decisiones
y acciones con origen y consecuencias sociales.
Me da poder para decidir si quiero o no quiero
tal objeto, si adhiero o no adhiero a tal idea,
si me sumo o no me sumo a tal causa.
Por eso, cuando hablamos de los términos
como unidades de comprensión o unidades
de conocimiento o unidades de comunicación
especializada, estamos hablando de escenarios
comunicativos, de situaciones comunicativas,
de finalidades comunicativas, de decisiones
y de poderes. De opciones y responsabilidades.
Por eso, cuanto más rica es una
lengua para nombrar el mundo, cuanto más
conscientes los hablantes de los recursos de
su lengua, más libres son, más
soberanos.
Ese es el valor lingüístico de
los términos, que es un valor social.
Terminología-producto
Los términos, las terminologías,
como la prosa, existen independientemente de que
sean objeto de un trabajo, de una organización
sistemática y orientada a un fin, de una
elaboración. Pero cuando son objeto
de un trabajo, entonces se convierten en productos
terminológicos y adquieren valor
económico.
2. Economía y terminología
Debo decir que no adhiero a la postura que
reduce la economía a una mera técnica
matemática que sirve para construir modelos
del comportamiento de los llamados agentes económicos
mediante un conjunto de axiomas y ecuaciones despojado
de todo vínculo con las circunstancias
y la gente; ni exonero de responsabilidad a los
economistas-tecnócratas preocupados únicamente
por los equilibrios fiscales y las calificaciones
de riesgo-país, carentes de actitud crítica
y creadora.
Mi punto de vista sobre la economía es
otro.
Valor económico
abstracto: necesidad, trabajo, producto
¿A qué hacemos referencia cuando
hablamos del valor económico de algo? Por
lo pronto, a la relación entre cierta necesidad
social, cierto producto destinado a
llenarla, y cierta cantidad de trabajo
empleado en elaborar ese producto.
necesidades sociales a satisfacer: las
necesidades materiales e inmateriales
que deben ser satisfechas para que la sociedad
funcione y su modus vivendi perdure;
trabajo social: cierta cantidad de trabajo
manual y de trabajo intelectual que
debe aplicarse para producir los bienes destinados
a llenar esas necesidades;
bienes en determinadas cantidades y calidades,
productos tangibles e intangibles
que resultan de la distribución del
trabajo en diversas proporciones entre las
diferentes ramas de la producción.
La
relación entre estos tres elementos no
es lineal, sino contradictoria y sistémica:
ningún elemento tiene sentido si no es
en su vínculo con los otros. El valor económico
es el eje, la ley del sistema que vincula orgánicamente:
necesidades, trabajo social y productos.
El trabajo social tiene varias cualidades: además
de dar como resultado la creación de bienes,
es instrumento de conocimiento. Da origen al perfeccionamiento
de las técnicas cuyo conjunto llamamos
tecnología, las que, reintroducidas en
el proceso, permiten aumentar, por una misma unidad
de tiempo, ya sea la cantidad de bienes obtenidos,
ya sea su calidad, ya ambas cosas. Permite también
liberar trabajo y aplicarlo a otro proceso productivo.
La historia de la humanidad es la historia de
la generación de excedentes, de la reinserción
de esos excedentes en el proceso productivo; de
la innovación tecnológica; de la
redistribución del trabajo social hacia
unas u otras ramas de la economía.
Estas son las constantes. Lo variable son las
formas como todo esto se ha ido concretando a
lo largo de la historia y, sobre todo, cómo
y cuánto de las riquezas generadas se distribuyen
en el seno de las sociedades.
No voy a detenerme a recordar las etapas que
atravesó la especie humana en el largo
tránsito de unos modos de producción
a otros, de unos sistemas de organización
social a otros. Pero les pido que por un instante
evoquen en sus mentes los grandes hitos de esa
historia, que es la historia de crisis y penurias,
florecimiento y devastación, éxitos
y fracasos tecnológicos, hazañas
de creatividad y valentía, guerras, genocidio,
vencidos y vencedores. Es nuestra historia.
Y hoy, ¿en qué estamos?
La globalización
Tema grave y delicado, que merecería
ser tratado con cierto detenimiento. Por razones
de tiempo, me ceñiré a tocar sólo
algunos aspectos que creo estrechamente vinculados
con la inversión en terminología.
Los fenómenos que, a fuerza de su omnipresente
uso, evoca el término “globalización”
suelen señalarse desde fines de la década
del ‘60. En ese momento las economías
centrales afrontan una crisis cuyas características
más salientes son:
acumulación de excedentes y capacidades
ociosas,
disminución de los niveles de
inversión,
estancamiento de la productividad,
desempleo,
inflación.
La caída generalizada de las tasas de
ganancia, más la crisis petrolera de 1973,
urgió a las empresas monopólicas
más poderosas a reorientar sus inversiones
y su influencia política con miras a relanzar
la innovación tecnológica, absorber
nuevos mercados y obtener mayor rentabilidad de
los sectores que ya controlaban.
Asistimos así a la metamorfosis en cascada
de las prácticas productivas y de gestión,
con la informatización de los procesos
industriales y la electronización de todas
las esferas del quehacer económico. La
revolución infotecnológica precipitó
la sobreacumulación de capital y exacerbó
las rivalidades comerciales y financieras entre
las grandes empresas transnacionales, que aumentaron
sus presiones para derribar cualquier tipo de
impedimentos (políticos, legales o administrativos,
pero también ideológicos o lingüísticos)
que pudieran obstaculizar la instalación
de sus filiales en todos los rincones del planeta.
Y asistimos entonces a una dura ofensiva en los
ámbitos de negociación política
nacionales e internacionales para ajustar las
funciones del estado y modificar las legislaciones
comerciales, financieras y laborales acorde a
los dictados de un puñado de supermonopolios,
y para imponer la legitimación ideológica
de ese reordenamiento y la impunidad frente a
sus altos costos humanos.
3. Nuevo paradigma tecno-económico
La innovación tecnológica, requisito
fundamental del modo de producción capitalista,
se desplaza del paradigma metal-mecánico
al de la información y de la ingeniería
del conocimiento.
El conocimiento siempre ha sido un pilar de la
producción. No hay artefacto que no contenga
conocimiento; la innovación es inherente
al trabajo social, a todo trabajo. Lo novedoso
de la actual revolución tecnológica
no es tanto la absoluta primacía de la
cantidad de trabajo intelectual sobre la cantidad
de trabajo manual contenido en cada objeto, sino
el hecho de que el conocimiento mismo se convierte
en una materia prima directa, la materia
prima más costosa, la más difícil
de aprehender, pero también la más
rentable.
A diferencia de toda otra materia prima, el conocimiento
no está sujeto a imperativos geográficos
ni temporales. Los productos basados en las tecnologías
de la información y el conocimiento reúnen
indisociablemente la idea y su aplicación,
prescinden de la subordinación a una materia
física determinada y pueden aplicarse indefinidamente
sin gastarse ni alterarse.
El nuevo paradigma tecno-económico no
se caracteriza tanto por la inusitada cantidad
de aparatos que es capaz de engendrar, sino por
fundarse en la industrialización de los
procesos simbólicos. De ahí su poder
sin precedentes de alterar las relaciones sociales,
las referencias espaciales y temporales, la apropiación
individual y colectiva de poderes y libertades.
El teletrabajo
La interconexión de los puestos de trabajo
de las empresas y plantas industriales mediante
la tecnología telemática resuelve
muchas ineficiencias y desperdicios de tiempo
y dinero:
facilita la coordinación y la
complementación
permite intervenir a distancia
reduce costos de desplazamientos
agilita la difusión de la información
permite dosificar el volumen de trabajo
dentro de cada filial y sobre todo entre filiales,
en función de una regulación de
la oferta y la demanda administrada monopólicamente
a escala mundial.
Todas estas ventajas son irrealizables sin drásticos
ajustes en la distribución social del trabajo.
Cambios en los métodos
y en las relaciones de trabajo: la flexibilización
laboral
Por la vía de los hechos y a través
de presiones políticas sobre gobiernos
y sindicatos, las reglas del capitalismo info-tecnológico
se unifican y legitiman en todo el planeta.
Segmentación de los procesos
productivos
acortamiento del ciclo vital de la mayoría
de los oficios, que se tornan obsoletos en pocos
años,
eliminación de la “especialización”
y del empleo “para toda la vida”
[1],
exigencia de info-destrezas para poder
acceder a un puesto de trabajo,
selectividad en función de patrones
de rendimiento,
precarización del empleo: contratos
a tiempo parcial, trabajo temporal, horarios
flexibles, despidos sin compensaciones,
pérdida de poder de negociación
colectiva,
reducción de los salarios, eliminación
de seguros y beneficios sociales,
aumento de la tasa de desempleo, del
subempleo latente y de la desocupación
disfrazada.
Relaciones internacionales
En el llamado concierto mundial de naciones,
el fin de la confrontación este-oeste cedió
el paso a la expansión universal del capitalismo
y a la proliferación de conflictos armados
cuyo estallido, desarrollo y resolución
son la anécdota truculenta que registran
las cámaras de un par de mega empresas
mediáticas y compran y difunden nuestros
noticieros televisivos de cada noche.
Junto a la aparición de nuevos estados
y nuevos procesos de integración regional,
en vez de avanzar hacia una mayor democratización
de las relaciones internacionales, soportamos
el despotismo mesiánico de un super estado
super soberano.
Los ámbitos intergubernamentales creados
con posterioridad a la II Guerra Mundial con el
cometido entonces proclamado de velar por el equilibrio
económico y la paz mundial, se tornaron
clubes de élite donde un reducidísimo
grupo de socios formulan las reglas que han de
ser adoptadas y aplaudidas por todos. La OMC sucede
al GATT, el FMI se convierte en el rector incuestionado
e incuestionable de la gestión financiera
de todas las naciones, y ya nadie recuerda que
el Banco Mundial fue bautizado al nacer Banco
Internacional de Reconstrucción y Fomento.
La saturación que registra la agenda internacional
con la multiplicidad de reuniones ministeriales
y cumbres presidenciales no ha servido para reducir
en lo más mínimo la asimetría
centro-periferia que se verifica en el peso político
y económico de las dos partes: mientras
la periferia debe someterse a un implacable calendario
para eliminar barreras a la libre circulación
de productos y capitales, privatizar las empresas
estatales de valor estratégico, desmantelar
las industrias nacionales, y aplaudir la concesión
de préstamos financieros a tasas de interés
del 75% anual, en los países centrales
se despliegan todos los recursos legales y financieros
del estado para subvencionar la agricultura y
blindar las fronteras contra la importación.
Atrapados sin saber cómo en los hilos
invisibles de la intrincada telaraña financiera
mundial, nos vamos acostumbrando como a una moda
a las crisis en cascada o “con efecto dominó”:
tequila, arroz, vodka, caipirinha... y ahora tango
y corralito...
Inclusión/exclusión
Con la globalización se despliega una
malla de interconexiones que, pese a lo que suele
afirmarse, es selectiva: une y anuda todo lo funcionalmente
rentable (regiones, empresas, instituciones, personas
tele-empleadas y tele-usuarias), al mismo tiempo
que desconecta y anula todo lo que desde ese punto
de vista no vale (medios tradicionales de transporte
y comunicación, hábitos, oficios,
lenguas, culturas, derechos, ideas).
La sociedad de la información no es para
todos. Se necesita tener a disposición
una computadora y una línea telefónica,
lo que ya elimina casi por completo a un continente
entero, Africa, y a un porcentaje altísimo
de las poblaciones de Asia y de América
Latina. Se necesita además un dominio básico
de los códigos lingüísticos
empleados en la red, una comprensión básica
de la lógica de las telecomunicaciones
y de los programas de mensajería electrónica
y de búsqueda de información. ¿Cuántas
personas (y sobre todo cuántos jóvenes
y cuántos adultos mayores) ya han quedado
irremediablemente relegados a la categoría
de analfabetos digitales? [2]
La exclusión tiene una doble cara, material
e ideológica; desmantela las referencias
personales y provoca un sentimiento de impotencia
y desamparo que va ganando a más y más
ciudadanos que no participan del ciberespacio
ni son empleados por la infoeconomía, y
que se ven despojados, junto con su empleo, de
sus lugares históricos de relación
social y de negociación con el poder.
La exclusión presiona más sobre
la demanda de empleo que sobre la oferta: la primera
reivindicación que reclaman las dirigencias
sindicales y las grandes masas no sindicalizadas
es tener empleo, cualquier empleo. ¡Ya no
se lucha por mejores condiciones de trabajo y
en contra de la explotación, sino por el
privilegio de integrar el pelotón de los
explotados no exluidos!
4. Brecha tecnoeconómica
Para invertir en las nuevas tecnologías
se necesitan conocimientos especializados, grandes
volúmenes de producción, fuerte capacidad
financiera, acceso a grandes masas de consumidores,
y el dominio sobre un conjunto articulado de sectores
complementarios de la economía.
El nuevo paradigma tecno-económico surge
en las economías centrales y se apoya sobre
una acumulación previa de recursos y de
conocimientos que es condición de la capacidad
de innovar.
En los países de la periferia, la situación
es, como sabemos, la opuesta: retraso tecnológico,
exigüidad del ahorro interno, fuerte endeudamiento
externo, pobreza del sistema educativo, vulnerabilidad
financiera, inestabilidad política.
La asimetría ya imperante bajo el paradigma
anterior, no puede sino acentuarse bajo el nuevo,
porque es inherente a las condiciones de su propia
existencia. La aplicación de las infotecnologías
induce tasas de ganancias gigantescas que incrementan
incesantemente la capacidad de seguir innovando,
volviendo más rápido y más
profundo el ahondamiento de la brecha.
Las empresas de los países centrales no
transfieren los conocimientos de punta hacia la
periferia, y además presionan a sus estados
de origen para que practiquen una fuerte política
proteccionista en materia de marcas y patentes.
Hoy en día el comercio internacional se
reparte en tres partes aproximadamente iguales
: un tercio corresponde al comercio de las empresas
transnacionales entre sí, un tercio al
comercio de las trasnacionales con sus propias
filiales, y sólo el último tercio
al comercio convencional entre países.
Las empresas nacionales de la periferia sólo
pueden aspirar a intervenir en este último
tercio. Y para intervenir en esta porción,
hay que cumplir con normativas en cuya redacción
los países de la periferia han tenido escasa
o nula participación, y que, por supuesto,
establecen requisitos difícilmente alcanzables.
Aún en los sectores “tradicionales”
del paradigma metal-mecánico (por ejemplo
la industria automotriz) las posibilidades de
expansión de la periferia es marginal y
acotado. Aun en esas ramas de (relativamente)
menor sofisticación tecnológica,
y a pesar de las diferencias salariales, las empresas
de la periferia no pueden competir. Las industrias
surgidas al amparo del modelo de sustitución
de importaciones fueron condenadas a volverse
chatarra al liberalizarse las importaciones y
los servicios.
Pese a este panorama, los flujos entre centro
y periferia no son unidireccionales. Mientras
el movimiento de símbolos y de objetos
de consumo va del centro a la periferia, el éxodo
de millones de emigrantes va de la periferia al
centro.
En esta Babel de dimensiones y contradicciones
extremas en que se ha convertido nuestra tierra,
no es difícil sentirse abrumados ante los
desafíos que afrontamos los que trabajamos
en terminología. Pero ¿cómo
se vincula todo lo dicho con la inversión
en terminología?
5. Valor económico
de los productos terminológicos
Inserto en procesos dispersos que no sabemos
dónde comienzan ni dónde terminan,
¿qué valor económico tiene
nuestro trabajo?
¿De
qué tipo de trabajos pueden ser objeto
las terminologías, los sistemas conceptuales?
¿En cuántas esferas de actividad
humana intervienen las terminologías y
qué papel desempeñan? ¿Cuál
es la función económica de las terminologías?
Lo que me interesa destacar no
es la forma que adopta el trabajo terminológico
(diccionario, vocabulario, tesauro, árbol
conceptual, grafo o red semántica, base
de conocimientos, fraseología) sino qué
necesidades sociales reclaman terminología
hoy en día.
En otras palabras: ¿en
qué forma la terminología realiza
la síntesis necesidades-trabajo social-productos
en la era del capitalismo info-tecnológico?
Las necesidades terminológicas
no están determinadas por lo que los autores
y difusores de productos terminológicos
deseen o puedan ofrecer, sino por el lugar
que cada lengua ocupa en los escenarios comunicativos
mundiales y la vulnerabilidad o fortaleza de ese
lugar.
Los escenarios más críticos de
uso de terminología son aquellos donde
la inequidad terminológica reviste
mayor gravedad y acarrea más perjuicios
a las sociedades, es decir, a los ciudadanos,
a las mayorías:
el comercio internacional,
las negociaciones económicas
y políticas de carácter intergubernamental,
los medios de creación de opinión,
las redes telemáticas de toda
naturaleza.
En esos escenarios, los ciudadanos de los países
centrales y de los países periféricos,
aunque hablemos la misma lengua, no estamos en
igualdad de condiciones. Ni lo están por
lo tanto nuestras propias lenguas.
Usos “tradicionales”
de las terminologías
Bisagras interlingüísticas
Sistemas de clasificación
Todos conocemos los productos considerados típicamente
como “productos terminológicos”:
los vocabularios, los glosarios, los bancos de
datos terminológicos, los tesauros. Todos
ellos son insumos directos de actividades
como la traducción, la interpretación,
la gestión documental. Como necesidades
a colmar, se trata probablemente de las más
antiguas y, en todo caso, las que inspiraron los
esfuerzos teóricos y prácticos de
los primeros terminólogos. En los últimos
treinta años la expansión explosiva
de la capacidad de almacenamiento y de cálculo
de las computadoras dio un impulso sin precedentes
al tratamiento cuantitativo de la información
y del lenguaje, y desde entonces disponemos de
sistemas de gestión de bases de datos documentales
y terminológicos cada vez más ingeniosos,
capaces de ejecutar toda suerte de malabarismos
con cadenas de caracteres y provistos de vistosas
interfaces.
Usos recientes de las
terminologías
La memoria nodal (hipervínculos,
hipertexto)
La memoria razonante (bases de conocimiento,
sistemas expertos)
Los sistemas expertos se esforzaron en imitar
los modos de razonamiento de un especialista,
discriminando reglas y datos. Las redes telemáticas
atomizaron la localización de la información,
y obligaron a desarrollar herramientas para el
manejo no lineal de los datos. La necesidad de
describir, representar y manejar meta-informaciones
y meta-conocimientos dio nacimiento a la ingeniería
del conocimiento, y la terminología empezó
a ser empleada también como un insumo
indirecto de las nuevas tecnologías
de la información y la comunicación.
Usos potenciales de
las terminologías
La memoria productiva o capital “saber”.
La memoria identitaria
Las restructuras y fusiones de empresas, los
despidos y la flexibilización laboral,
junto a los efectos esperados en materia de tasas
de ganancia o reducción de costos, acarrean
otros efectos no previstos ni deseados: la pérdida
del patrimonio intelectual de la empresa, cuya
huella se pierde junto con la de los ex empleados.
La traspolación de métodos de producción
y de gestión no acompañados por
procesos de adaptación a las realidades
sociales y medioambientales locales destruye o
degenera el patrimonio cultural, que también
es un patrimonio económico y social.
Los saberes originados en la experiencia son
en su mayor medida tácitos; quien los detenta
rara vez se ha detenido a formalizarlos. A pesar
de las expectativas de algunos diseñadores
de sistemas expertos, la construcción del
sentido y el proceso de interpretación
desbordan los límites del silogismo, y
la posibilidad de extender la memorización
por medios informáticos a los modos de
razonamiento no queda agotada en la mecánica
de un motor de inferencia.
La relación maestro-aprendiz que durante
milenios había asegurado la perpetuación
del saber, y que parecía sepultada o reducida
a una práctica propia de algunos oficios
manuales, sobrevivientes anacrónicos de
la Edad Media, empieza a ser redescubierta, movida
por la preocupación ecológica o
por el ánimo lucrativo.
El nuevo paradigma tecno-económico vuelve
inoperante la jerarquía saber académico-saber
empírico y borra las fronteras entre saberes
“cultos” y saberes “populares”.
Hoy todos los saberes pueden ser objeto de memorización
informática, y el campo de lo memorizable
no cesa de crecer.
En todos los casos, identificar esos saberes,
organizarlos, representarlos y divulgarlos es
conferir poder a quienes estén en condiciones
hacer uso de ellos. Participar en estos procesos
es el más reciente desafío para
las ciencias cognitivas, para la ingeniería
del conocimiento y, por lo tanto, para la terminología.
6. Retos
Queda claro con todo lo dicho que los mayores
retos para los que nos ocupamos de la terminología
están dados por la omnipresente intervención
de las ciencias cognitivas y, por lo tanto, de la
terminología, en el nuevo paradigma tecno-económico.
¿Dónde se encuentra la terminología-materia
prima? ¿A dónde va a parar? ¿Quién
va a usarla? ¿Para qué?
La brecha tecnológica también afecta
a la terminología, allí donde está
su fuente: el trabajo de los terminólogos,
y la actividad académica.
En los países centrales la producción
de terminología y de neología se
hace a escala industrial; porque debe responder
a demandas cotidianas de la Administración
y de la ciudadanía, y debe responder imperativamente,
por ley.
En consecuencia la producción y la difusión
de terminología tienen allí el volumen,
la calidad, y los recursos propios de una producción
orientada al ordenamiento lingüístico
dentro de fronteras, y a la competencia por mercados
en el exterior.
En los países periféricos la producción
de terminología es fundamentalmente un
subproducto de la formación académica,
y por eso tiene el volumen, el ritmo, el contenido,
la finalidad, la difusión, y la remuneración
propios de los trabajos universitarios (en las
antípodas de la producción a escala
industrial, planificada y subvencionada).
En los países periféricos no contamos
con estudios sistemáticos acerca de las
necesidades terminológicas de nuestras
lenguas, y mucho menos contamos con estudios preventivos
sobre las necesidades terminológicas en
los escenarios comunicativos más comprometidos
(negociaciones intergubernamentales, comercio
internacional y comercio electrónico, investigación
científica de punta, educación,
publicidad, consumo masivo, normativa industrial
y medioambiental, medios masivos de información
y entretenimiento...).
Mientras la producción de terminología
en los países periféricos siga siendo
un subproducto de la formación académica
(sea cual sea el nivel: pregrado, maestría,
doctorado), no alcanzaremos las condiciones necesarias
para responder a los desafíos que afrontan
nuestras lenguas y nuestras sociedades.
Esas condiciones son: volumen,
adecuación, diversidad, y continuidad.
Esas condiciones sólo pueden lograrse
mediante estructuras organizativas y fuentes de
financiamiento de naturaleza tal que nos permitan
hacer diagnósticos de necesidades, trazar
planes de producción-difusión adecuados,
controlar su ejecución y garantizar su
permanencia en el tiempo.
7. Conclusiones
La superabundancia de productos nos abruma de
prótesis, y nos empuja a tomar las cualidades
aparentes de esas prótesis por axiomas y
a imbuirnos de una lógica de la fatalidad
que pretende obligarnos a aceptar con resignación
la escandalosa injusticia del actual orden económico
mundial.
La inversión en innovación tecnológica
regida por imperativos monopólicos de rentabilidad
económica y justificación ideológica,
no es la única posible. Una mera razón
debería ser suficiente para convencernos:
su perversidad. Pero hay otras razones: la asimetría
y la inequidad no están en la naturaleza
misma de la invención en tanto capacidad
creativa humana, ni en las materias en que se
apoya; sino en las voluntades que deciden en qué
se invierte el capital tecnológico y perpetúan
las condiciones de su reproducción depredadora.
¿Debemos prepararnos para ser radiados
sin chistar cuando las técnicas de extracción
y modelización automática de términos
ocupen nuestro puesto?
Las necesidades sociales en las que emplear nuestro
saber y nuestro saber hacer no están en
peligro de extinción: No están agotadas
ni en vías de agotarse las necesidades
(incluidas las terminológicas) de quienes
no han sido consultados ni beneficiados por los
progresos técnicos de la sociedad de la
información, y cuyos derechos son ignorados,
pervertidos o descalificados: alimentación,
salud, trabajo, educación, expresión
artística, recreación, participación
política, opinión.
No hay razones intelectuales ni materiales que
impidan que la tecnología de reconocimiento
de voz, por ejemplo, pudiera contribuir a preservar
la biodiversidad cultural mediante sistemas destinados
a prevenir la extinción de las lenguas
no escritas; a dignificar las culturas de los
pueblos que las hablan; a franquear su ingreso
a la categoría de ciudadanos del mundo
globalizado.
Invertir en terminología:
para qué, en qué, cómo, por
qué
No me interesa asesorar a Bill Gates. Pero sí
quisiera sensibilizar y convencer a empresas,
universidades, organismos intergubernamentales
y colegas acerca de que la inversión depredadora
no es la única posible.
Invertir con qué
fines
Políticas de ordenamiento terminológico:
investigación, docencia, innovación
Ya existen reglamentaciones internacionales
que tienden a preservar el medio ambiente y
deben ser cumplidas en las operaciones de comercio
internacional de mercaderías.
Propongamos a los gobiernos de los países
poseedores de políticas lingüísticas
que inviertan en ilustrar y convencer a sus
pares sobre la cuestión de los derechos
lingüísticos de los ciudadanos.
Preservar la biodiversidad lingüística
y cognitiva
Propongamos la creación de fondos intergubernamentales
para fomentar en forma sostenida la producción-difusión-investigación-formación
en terminología e industrias del lenguaje,
garantizando la participación equitativa
de todos nuestros países.
Democratizar el conocimiento
Invertir en la investigación para diseñar
no mejores “prótesis terminológicas”
sino mejores modelos cognitivos que permitan
comprender, representar y respetar la diversidad;
que estimulen la actitud crítica; que
fortalezcan la autonomía y la autoestima
de los ciudadanos.
Memoria del saber
Invertir para que la I+D aplicada a imitar
en una computadora las habilidades humanas,
tornando obsoletas ciertas profesiones y a los
especialistas correspondientes en insumos desechables,
se oriente simultáneamente a la reutilización
de los saberes de esos profesionales.
Justo valor y justa distribución
No estamos “condenados” a convertirnos
en proveedores de materia prima lingüística
con escaso valor agregado. Ni obligados a aceptar
recibir a cambio de ello un apretón de
manos y una mención junto a un logo institucional.
Y si reconocemos que es difícil estimar
cuánto vale nuestro trabajo, propongamos
invertir dinero en estudios transdisciplinarios
destinados a estimar fundadamente el valor de
la propiedad intelectual, del capital saber.
Invertir en qué:
prioridades
En la terminología de los temas
de las agendas de negociación internacional,
En la terminología jurídica,
sobre todo del derecho internacional y del derecho
comparado,
En la terminología de las normas
técnicas internacionales,
En las temáticas y metodologías
de la enseñanza a distancia,
En la preservación de saberes
en vías de extinción,
En la comprensión no prejuiciosa
de fenómenos nuevos: el trueque, las
organizaciones de excluidos, las reivindicaciones
de las minorías.
Cómo invertir
Debemos y podemos oponernos a la depredación
y al asistencialismo; y estudiar fórmulas
de cooperación sanas y equitativas, con
participación de todas las partes en la
toma de decisiones y una justa repartición
de los beneficios. Eso implica:
Estrategias: Programas basados en estudios
reales de necesidades y posibilidades,
Financiamiento: Fondos multilaterales
de cooperación, administrados por las
partes interesadas,
Pluralidad: democracia y co-responsabilidad
en las decisiones.
Por qué invertir
Por razones éticas: es deber de
todos preservar la biodiversidad cultural, lingüística
y cognitiva de nuestra especie;
Por razones políticas: podemos
y debemos combatir el autoritarismo y la exclusión;
podemos y debemos defender el derecho a la soberanía
de las naciones y a la libertad de los ciudadanos;
Por razones económicas: evitemos
el desperdicio de inventar lo ya inventado;
protejamos y aprovechemos mejor el patrimonio
saber, que nos pertenece a todos.
Por razones numéricas: los excluidos
son la mayoría.
Bibliografía
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TEMMERMAN, Rita, Towards New Ways of Terminology
Description, John Benjamins, Amsterdam, 2000.
Notas
[1]
En Europa entre 1992 y 1996 la casi totalidad
de empleos creados fueron de tiempo parcial.
[2]Cuatro
quintas partes de la población mundial
según el PNUD.
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