Metacognición: ¿un
nuevo campo de aplicación de la terminología?
-Una aproximación teórica-
Alicia Fedor de Diego
Universidad Simón Bolívar
Caracas-Venezuela
Introducción
“La verdadera educación
no sólo consiste en enseñar a pensar,
sino también en aprender a pensar sobre
lo que se piensa...” (Fernando Savater)
El problema
Nunca antes habían sido los recursos dedicados
al fomento del aprendizaje tan numerosos y cualitativamente
tan ambiciosos como en nuestros días. El
que hoy debe o quiere aprender, cuenta con un
sin fin de recursos materiales e intelectuales,
sin olvidar los virtuales, que le facilitan el
camino al saber. Por eso resulta más que
paradójico que precisamente a principios
del tercer milenio y a nivel mundial, la educación,
en general, y el proceso de enseñanza-aprendizaje,
en particular, se encuentren en una crisis que
cuenta con pocos antecedentes históricos.
La búsqueda de nuevos paradigmas probablemente
sea una explicación, mas no una justificación
para tal situación (Savater, F. 1997; (González
C., Valle A. y Núñez J. 1994).
En efecto: uno de los grandes reclamos que la
sociedad hace a las instituciones educativas contemporáneas
es que éstas no enseñan a sus pupilos
a pensar. Hoy en día, la gran mayoría
de los jóvenes ingresa a la educación
superior arrastrando deficiencias cognoscitivas
del bachillerato que generalmente se resumen como
“poca capacidad de raciocinio”. Por
ser en general inconsciente, el aprendizaje se
reduce al procesamiento de información
y no llega a culminar en una verdadera aprehensión
y comprensión de significados. Desde que
fuera fundada en 1968, la Universidad Simón
Bolívar (USB, Caracas, Venezuela), una
institución de educación superior
netamente científica y técnica,
tampoco ha estado exenta de las consecuencias
de esta seria problemática de tremendo
impacto social.
Una solución insatisfactoria
Uno de los intentos de la USB por optimizar
el aprendizaje, en este caso la adquisición
de conocimiento especializado de carácter
científico y técnico, fue la introducción
de un curso denominado Pensamiento, aprendizaje
y conocimiento (PAC), con carácter
obligatorio para todos los estudiantes del primer
año básico. Se basaba el curso PAC
en un método denominado Desarrollo de
las habilidades del pensamiento (DHP), elaborado
por la venezolana Margarita A. de Sánchez
(1992) y durante varios años exitosamente
empleado en el Instituto Tecnológico y
de Estudios Superiores de Monterrey (México).
Sánchez, a su vez, se apoyó en los
postulados teóricos y prácticos
sobre el desarrollo de la inteligencia de Edward
de Bono (1969, 1977) y otros expertos del área
de DHP. Basándose en la metodología
de procesos, estos autores propician el desarrollo
de la metacognición, o sea, la capacidad
de pensar sobre la forma en que pensamos,
mediante la regulación consciente de las
siguientes habilidades cognitivas: observación,
descripción de características (diferencias,
semejanzas, comparación), establecimiento
de relaciones interconceptuales, clasificación
jerárquica, definición, cambios
y secuencias, etc.
Desafortunadamente en la USB el curso PAC tuvo
corta vida: sólo llegó a dictarse
entre enero de 1993 y julio de 1994. Las razones
de su poco éxito pueden ser múltiples,
pero en mi opinión la aplicación
del método DHP no rindió los frutos
deseados en la USB por básicamente tres
razones:
1) El curso no fue precedido por una implementación
tipo piloto.
2) El cuerpo docente que lo impartía
no estaba suficientemente formado en el área.
3) Los contenidos temáticos del método
eran de índole general, con lo cual no
se adecuaban al perfil de estudiantes de carreras
científico- técnicas.
Una observación
En esa época la impartición y la
polémica alrededor de los cursos PAC coincidía
con la oferta de mi curso de Estudios Generales
titulado Introducción a los fundamentos
de la terminología, a cargo del Departamento
de Idiomas de la USB. En este curso, que no tenía
vinculación alguna con el de PAC,
enseñaba (y sigo enseñando) los
principios teóricos y prácticos
de la terminología a través de contenidos
temáticos especializados, haciendo lo que
en metodología de la enseñanza se
denomina “enseñanza basada en contenido”.
Hacia el final del curso, al elaborar el mini-proyecto
terminológico (un glosario sistémico),
cada estudiante trabajaba por lo tanto con los
conceptos y términos de su propia especialización.
A lo largo de esta experiencia empecé
a observar un resultado no esperado, adicional
a los formales previstos en el programa del curso;
sucedió que la mayoría de los estudiantes
manifestó espontáneamente haber
hecho avances significativos en la comprensión
de su materia especializada a través de
la adquisición de los conocimientos teóricos
y prácticos sobre la asignatura terminología.
Es decir: además de los conocimientos
de terminología, reportaron haber obtenido
beneficios adicionales en el aprendizaje de su
materia especializada. Estos beneficios se traducían,
por ejemplo, en haber “descubierto”
durante la elaboración del sistema conceptual
aquellas lagunas que hasta entonces les habían
impedido relacionar debidamente los conceptos
inherentes a su materia y por lo tanto dificultaban
la comprensión de la misma. Igualmente,
encontraron útil para el aprendizaje de
su materia el haber aprendido a diferenciar entre
los distintos tipos de características
que los conceptos de su especialidad podían
presentar y así poder reducir la incertidumbre
en el momento de su categorización respecto
a otros conceptos del área.
Tres preguntas + tres
axiomas = una idea
Estas observaciones hechas y manifestadas por
los estudiantes de manera espontánea e
informal, me motivaron a plantearme las siguientes
preguntas iniciales absolutamente intuitivas:
¿Será posible que los contenidos
teóricos y prácticos de la materia
terminología tengan efectos epistémicos
sobre el aprendizaje especializado?
¿Si esto resultara cierto, qué
aspectos y elementos de la terminología
habrán contribuido a una mejor aprehensión
del conocimiento especializado?
¿Se habrán activado, acaso, potenciales
metacognitivos en el estudiante gracias al dominio
de los fundamentos teóricos y prácticos
de la terminología?
De estas y similares interrogantes arraigadas
en la práctica docente surgió la
inquietud por abordar el tema de los aspectos
metacognitivos de la terminología en el
marco de un estudio más amplio y formal,
partiendo, eso sí, de tres axiomas generales
fundamentales:
La terminología, en tanto materia científica,
se entiende como el conjunto de tres módulos
autónomos e independientes, pero estrechamente
relacionados: un módulo cognitivo, un
módulo semiótico (con especial
énfasis en lo lingüístico)
y un módulo comunicacional.
En el módulo cognitivo se ubican los
elementos a partir de los cuales se puede dar
cuenta de los procesos cognitivos involucrados
en la formación y estructuración
de los conceptos especializados y sus denominaciones.
Los procesos cognitivos y metacognitivos son
habilidades que se pueden desarrollar, por lo
tanto: es posible aprender a aprender.
En vista de la ausencia de un marco teórico
sobre el tema terminología y metacognición,
el objetivo general de mi estudio fue el
proponer una fundamentación teórica
para anclar las propiedades metacognitivas de
la terminología, en base a la cual, posteriormente,
se pueda buscar la evidencia empírica de
los efectos epistémicos de la disciplina
sobre el aprendizaje especializado.
Este objetivo general, por su parte, quedaba
supeditado a los siguientes objetivos específicos
que presumiblemente fomentarían su logro,
a saber:
a) analizar los principios y métodos
que postulan las disciplinas cognitivas, o sea:
la teoría del conocimiento (en su vertiente
filosófica y psicológica), la
inteligencia artificial (IA), la neurociencia,
la antropología y la lingüística,
en busca de las relaciones entre terminología
y metacognición, y
b) a partir de este análisis, sentar
las bases para la evental formulación
de una teoría y de un modelo metacognitivo
de la terminología.
El sistema de hipótesis
Tratándose de un estudio teórico,
mi hipótesis de trabajo fue forzosamente
de carácter conceptual, cuya verificación
o rechazo sería, por naturaleza, producto
del pensamiento lógico. Según ésta,
los postulados de la teoría de la terminología
y los de las disciplinas que conforman las ciencias
cognitivas son conceptualmente integrables, por
cuanto la terminología es también
un área de conocimiento de base cognitiva
y por lo tanto objeto de estudio de las ciencias
cognitivas.
La segunda hipótesis que me aventuré
a formular fue, en un sentido estricto, una hipótesis
conceptual-operacional, por cuanto sugiero que
el conocimiento de los fundamentos teóricos
y prácticos son, por su misma naturaleza,
una herramienta metacognitiva que coadyuva a potenciar
las habilidades del pensamiento y por consiguiente
a mejorar el aprendizaje especializado.
Ampliando esta hipótesis presumo que
la organización del conocimiento basado
en la unidad binaria concepto/término,
según se desprende de los teoremas terminológicos
sobre el concepto y su denominación, (o
sea que todos los conceptos deben ser definidos
con la mayor precisión posible y puestos
en relación con los demás conceptos
del sistema en el que cumplen su función
cognitiva y su función comunicativa), optimiza
no sólo la aprehensión conceptual,
sino la aprehensión de las interrelaciones
conceptuales dentro sistema nocional de cualquier
área del saber. Traduciéndolo a
un lenguaje más pragmático esto
significaría, por ejemplo, que mediante
la modelación terminológica del
corpus de conocimiento X , un estudiante Yx podría
obtener beneficios de aprendizaje tan distintos
como las que describe Budin (1997a: 310) cuando
dice:
“El efecto epistémico de los
procedimientos de modelación del conocimiento
de base terminológica, es decir, la adquisición
del conocimiento, se produce a varios niveles,
entre otras cosas a partir de la acción
intermediaria entre la organización cognitiva
del conocimiento del modelador y la del lector
de los resultados de la modelación. Los
efectos que se pueden distinguir son los siguientes:
efecto epistémico al escribir textos;
efecto epistémico del análisis
terminológico mediante la explicitación
de relaciones conceptuales;
efecto epistémico derivado de la visualización
(explicitación de estructuras epistémicas
complejas y abstractas mediante la representación
de modelos);
efecto epistémico derivado de la navegación
por sistemas de información (incluyendo
el `efecto serendipity´);
efecto epistémico mediante la transparencia
de relaciones conceptuales complejas en la reconstrucción
de las dinámicas conceptuales y teóricas.
La reconstrucción exacta y con ello
la comprobación empírica de estos
efectos en situaciones reales resulta difícil
y se requeriría el empleo de métodos
psicológico - cognitivos”.
La lectura que hago de los planteamientos de
Budin es que éste entiende la aparición
de los efectos epistémicos como consecuencia
de una interacción entre el modelador
y el lector. Condensando sus afirmaciones,
estos efectos se producirían por parte
del modelador al
a) elaborar el discurso especializado escrito
(u oral) y
b) estructurar sistemas conceptuales.
Por parte del lector, los efectos epistémicos
se dan al
c) visualizar sistemas conceptuales,
d) navegar entre diferentes sistemas.
A esto se añade para ambos, y siempre
según mi interpretación, el beneficio
de poder reconstruir la dinámica (modificación
de las características) de los conceptos
y de las teorías científicos en
sus dimensiones temporales y espaciales.
Dos estudios
Si bien asumo que las intuiciones de Budin no
son infundadas, creo que las mismas requieren
no sólo de la comprobación
empírica, sino de la formulación
de unas bases teóricas sistémicas
y sólidas que la sustenten. En otras palabras:
es deseable explicitar y ordenar aquellos fundamentos
filosóficos, psicológicos, lingüísticos
y afines, en los que los aspectos cognitivos de
la terminología encuentren su firme anclaje
y a partir de los cuales puedan ser explicados
y desarrollados. Sólo así podremos
pretender dilucidar y describir las eventuales
propiedades o potencialidades metacognitivas de
la terminología. En esta contribución
me limitaré, precisamente, a resumir las
visiones extraídas de mis investigaciones
teóricas, dejando para una siguiente oportunidad
la presentación de los resultados empíricos
derivados de una investigación experimental
que en actualmente estoy ejecutando con una muestra
de 45 estudiantes de carreras técnico-científicas
en la USB.
Discusión
Algunos conceptos básicos
Una vez determinados los pilares estructurales
indispensables a la hora de articular una visión
cognitiva de la terminología (sujeto, objeto,
imagen mental, concepto y signo), conviene determinar
el trasfondo de algunos conceptos básicos
(percepción, imagen, categorización,
representación) que intervendrán
en el constructo que pretendo armar en este trabajo.
Según los postulados de la teoría
del PDP (Procesamiento de Distribución
Paralela), nuestra percepción de
los objetos del mundo que nos rodea se produce
gracias a la intervención e interacción
de muchas unidades de procesamiento distribuidas
por toda la arquitectura cognitiva. En esta concepción
de la percepción prevalece la idea original
de Marr (1982), según la cual cada acto
perceptivo deja una única traza (una única
representación) en nuestras mentes. En
cuanto el contenido de la percepción presenta
alguna variación diferencial, se trataría
de un nuevo acto perceptivo y por consiguiente
de una nueva representación. Esta interpretación
nos interesa por las consecuencias que pudiese
tener al extenderla al área del concepto
en terminología, con lo cual la pretensión
de monovalencia (¡que no monosemia!) del
término encontraría fundamentación
psicológica.
En cuanto a la relación entre percepción
e imagen mental, hoy en día prevalece
una interpretación igualmente integral:
la percepción no está libre de la
influencia de procesos imaginativos y la imaginación
también está sujeta a la percepción.
Este sería un punto de partida a considerar
para explicar, más adelante, la influencia
del conocimiento previo en el proceso de conceptualización
y, por ende, en el aprendizaje.
Gardner (1987:55) nos recuerda que la categorización,
un aspecto fundamental de la conceptualización,
de "artefactos hechos por el hombre",
es decir, en ciencia y en tecnología, no
siempre resulta satisfactoria a través
del modelo naturalista basado en prototipos, alternativa
paradigmática frente a la categorización
clásica procedente de Aristóteles.
Otro aspecto decisivo de la conceptualización
es la representación, concepto que
conviene distinguir en sus tres variables: representación
mental (nuestras imágenes mentales
del mundo exterior), representación
del conocimiento (descripción formalizada
del conocimiento adquirido mediante los procesos
cognitivos) y representación de la mente
(modelos que de ella se elaboran para estudiar
o simular su funcionamiento). En este contexto
surge por primera vez el concepto de procesos,
definidos como los responsables de la transducción
(codificación y decodificación)
entre los símbolos y la realidad. Un proceso
en este sentido sería, por ejemplo, el
proceso de la definición.
La representación, por otro lado, requiere
de un sistema de códigos, el cual a su
vez precisa de una arquitectura cognitiva global
para ser operativa. Actualmente, el sistema de
representación distribuida (PDP) y la arquitectura
conexionista se perfilan como los modelos más
utilizados debido a su gran capacidad de simulación
del funcionamiento de la mente humana.
Conviene retener también las dos aproximaciones
en cuanto a las interrelaciones entre lenguaje
y representación; aquella que postula el
lenguaje como derivada de la representación
mental , y aquella que considera que es la representación
mental la que deriva del lenguaje. Partiendo del
paradigma cognitivo, la segunda carece de vigencia
hoy en día, ya que el concepto, constructo
mental resultante de los procesos cognitivos,
se considera un ente prelingüístico.
Desde las ciencias cognitivas
La visión filosófica
De la revisión diacrónica de las
diferentes corrientes filosóficas se desprendió,
una vez más, la eterna dicotomía
entre razón y experiencia, sujeto y
objeto, pensamiento y acción, salpicada
de algunos intentos conciliatorios casuales (intelectualismo,
apriorismo, etc.) en los cuales la balanza, por
la ley natural de la gravedad, se inclina ya sea
hacia uno u hacia el otro lado: en el caso del
intelectualismo, por ejemplo, hacia el lado de
la experiencia; en caso del apriorismo, hacia
el lado de la razón. Vemos pues, que los
-ismos no hacen sino marcar a grandes rasgos las
tendencias epistemológicas. Los conceptos
se cristalizarán en las teorías
particulares y fragmentarias sobre el conocimiento
y será en ellas donde encontremos las propuestas
integradoras sobre las posibilidades, el origen,
la esencia y las formas del conocimiento. De ahí
que no me pareciese un ejercicio inútil
tratar de establecer mi propio punto de partida
en el complicado enjambre de corrientes, escuelas
y visiones filosóficas. Me vi alentada
en este empeño por aquello que Popper (1972)
defiende en su filosofía crítica
del sentido común: lo importante, según
Popper, es elegir algún punto de
partida, cuya elección en sí no
es decisivamente importante, ya que siempre se
podrá corregir; además, no hay manera
de encontrar un punto de partida verdadero y cierto,
como pretendían establecer los epistemólogos
tradicionales (Locke, Berkeley, Hume y aún
Russel), a quienes Popper reta, por cierto, con
su teoría del conocimiento objetivo.
No sin razón se podría sospechar
que con lo acabo de decir ya he fijado, como quien
no quiere la cosa, mi punto de partida, a saber:
una visión popperiana del conocimiento.
Tanto más, si se toma en cuenta que el
presente trabajo versa en torno al conocimiento
especializado y, esencialmente, en torno al conocimiento
científico y técnico, y que para
Popper la epistemología es, por excelencia,
sinónimo de conocimiento científico.
Para atajar al vuelo tales reproches, quiero dejar
claro que si bien desde el punto de vista de la
teoría de la terminología el objeto,
y con ello la teoría del objeto, es un
componente esencial (Felber 1993/1997; Oeser 1993/1997),
no hay que olvidar que el estudio tiene un ingrediente
psicológico importante: los procesos de
aprendizaje. Además, en este contexto contamos
con la presencia del otro pilar sine qua non
en nuestra estructura: el sujeto cognoscente.
De ahí que pretendiera, a lo largo del
trabajo, conservar una visión lo más
integracionista posible sobre mis objetos de estudio.
Una vez dicho esto, me aventuraré a enumerar
aquellos principios de orden filosófico
que a mi entender deberían regir los principios
de la terminología de base cognitiva.
1) Si se asume que la terminología como
disciplina surge de la práctica y está
destinada a la práctica, todas sus dimensiones,
incluyendo la cognitiva, tendrán un carácter
esencialmente pragmático. La pragmaticidad
de los procesos terminológico-cognitivos
se explica a partir de los objetivos e intereses
que subyacen a ellos.
2) Las dimensiones cognitivas de la terminología,
por natura, son tanto de orden objetivo como
subjetivo (ontológico y lógico).
Sin embargo, por razones precisamente de índole
pragmático (aprendizaje, comunicación),
la terminología centra su atención
en el objeto del conocimiento y no en el sujeto
cognoscente, sin negar por ello la existencia
del conocimiento subjetivo. En cuanto la balanza
se inclina hacia el sujeto, la terminología
le cede el terreno a la psicología. El
objeto de estudio de una eventual teoría
de la terminología de base cognitiva
sería la relación entre el
objeto del conocimiento (lo abstraído
del objeto real) y el conocimiento del objeto
(la representación mental de lo abstraído)
por parte del sujeto, limitando los contextos,
desde luego, al conocimiento especializado.
3) Esta relación se manifiesta en el
concepto, de ahí el enfoque primordialmente
conceptualista de las dimensiones cognitivas
de la terminología. Se destaca el hecho
de que en el lenguaje lógico de la ciencia
los significados son los conceptos.
4) En el conocimiento especializado toda observación
se encuentra precedida por conocimientos anteriores
(teorías del tercer mundo popperiano),
con lo cual los enunciados (constructos lógicos
donde se cruzan el logos y las cosas) sobre
tales observaciones nunca serán inamovibles.
Los cambios de paradigma que se producen en
la estructura de las teorías científicas
se encargarán de su reformulación.
De aquí el carácter heurísticamente
dinámico de la terminología
cognitiva.
5) El término como signo interviene
en el proceso cognitivo al representar (en el
sentido de sustituir) el objeto del conocimiento
especializado. El significado del término
es el concepto.
Resumiendo diremos que desde el punto de vista
filosófico una teoría que pretenda
dar cuenta de las dimensiones cognitivas de la
terminología debería caracterizarse
por ser primordialmente
de enfoque pragmático (en el sentido
de que trasciende la teoría)
priorizante del objeto,
conceptualista,
heurísticamente dinámica,
representacional.
Esta lista por el momento no es sino un primer
intento de retener algunas nociones destiladas,
mas no sistémicas, para ir componiendo
las características de los principios que
subyacen a la interpretación cognitivista
de la terminología.
La visión de la
psicología cognitiva
Una revisión de la evolución de
la psicología desde sus comienzos a finales
del siglo pasado (Brentano, Wundt) hasta las tendencias
más actuales (programas de desarrollo de
la inteligencia), nos muestra claramente que esta
disciplina, exceptuando el paréntesis que
significó la época del conductismo,
ha sido y sigue siendo básicamente cognitivista.
Igualmente se puede determinar cómo los
métodos comenzaron siendo introspectivos
( recordemos a Wundt y su método de la
introspección) y cómo hoy, luego
de enriquecerse con los aportes de teorías
como la de la Gestalt o la teoría de esquemas
de Bartlett, los métodos de la psicología
cognitiva retornan a la introspección bajo
una etiqueta llamada metacognición.
Hoy en día el debate se centra en la profundidad
e intensidad de los procesos mentales. El campo
experiencial y experimental por excelencia para
estos estudios es, sin duda, el área del
aprendizaje (tanto la humana como la virtual),
dado que el proceso de aprendizaje significativo
implica y produce organización del conocimiento.
Es en este punto donde se conecta mi interés
por los aspectos cognitivos y metacognitivos de
la terminología con los postulados de la
psicología cognitiva. La fusión
se realiza en el terreno del desarrollo de las
habilidades del pensamiento (DHP). Las teorías
y métodos desarrollados para ello, en especial
el método de procesos (De Bono, 1969, 1976,
1977; Sternberg, 1985, 1986, 1999; Amnestoy de
Sánchez, 1991; Nickerson, R., Perkins,
D., Smith, E. 1998) presentan una similitud conceptual
y metodológica muy significativa, prácticamente
una quasi-equivalencia, con los principios teóricos
que rigen la terminología sistémica.
Fue precisamente la revelación de esta
similitud la que me condujo al planteamiento de
la hipótesis conceptual-operacional que
sirvió de semilla germinal para este trabajo,
a saber: el conocimiento de los fundamentos teóricos
y prácticos de la disciplina terminológica
coadyuva a potenciar las habilidades del pensamiento
y contribuye a mejorar el aprendizaje especializado.
La suposición silogística inicial
para la formulación de esta hipótesis
formal fue la siguiente: si el método de
procesos ayuda al desarrollo de las habilidades
del pensamiento, entonces el conocimiento de los
principios teóricos y prácticos
de la terminología también debe
hacerlo. El factor discrecional entre ambos nos
lo proporcionó, precisamente, la revisión
de la bibliografía especializada en psicología
cognitiva: hoy se sabe, que no existe una lingua
franca proposicional de la cognición.
La mente procesa los diferentes contenidos de
diferentes maneras. Hay evidencias empíricas
de que no existe un solo sistema de representación
– como tampoco una sola central de procesamiento
– sino que éste depende de los significados
que se infieren y de los esquemas sobre los cuales
se construye. Basta con recordar las teorías
de las múltiples inteligencias de Gardner
o la teoría de esquemas de Bartlett.
Si esto es así, hipotéticamente
se puede concluir que el aprendizaje de contenidos
especializados requiere de un método de
DHP basado en conocimiento especializado. Este,
por su parte, se representa internamente mediante
el cúmulo de conceptos organizados (sistemas
de conceptos) y externamente mediante la terminología
estructurada (sistema de términos) de cada
disciplina. De esta forma se torna evidente, que
el concepto no es sólo una unidad del
conocimiento (entendiendo conocimiento
como producto), sino que es también, primeramente,
una unidad de cognición (el conocimiento
como proceso). Es más: el aprendizaje especializado
puede beneficiar el aprendizaje cotidiano, como
lo asumiera Vygotsky ya en 1934.
Añadiendo las características que
desde el punto de vista de la psicología
cognitiva impregnan las dimensiones mentalistas
de la terminología, a continuación
ampliamos la lista del capítulo anterior
fijando que estas dimensiones también serán:
metacognitivas
dependientes de la especificidad del contenido,
constructivistas
orientadas por objetivos.
La fusión de la
computación y las ciencias cognitivas:
la Inteligencia Artificial (IA)
La IA se diferencia de las demás áreas
de la informática en que su objetivo es
la simulación más precisa posible
del razonamiento humano. Como no podía
ser de otra forma, las divergencias sobre los
métodos más apropiados para este
fin se corresponden con los diversos puntos de
vista que la psicología cognitiva tenía
sobre el tema. Hoy por hoy, sin embargo, la tendencia
es hacer converger todos los puntos de vista en
una visión holística de los procesos
de pensamiento: el saber qué es
igual de importante que el saber cómo.
El ambiente físico que más condiciones
favorables ofrece para la ejecución de
operaciones racionales holísticas es, como
ya mencioné, la denominada arquitectura
conexionista. Estos ambientes presuponen la
existencia de diferentes tipos de conocimiento
y diferentes módulos de procesamiento distribuidos
por toda la red.
En el seno de la IA, la ingeniería del
conocimiento se dedica a la construcción
de sistemas de expertos utilizados como apoyo
inteligente a la solución de problemas
específicos. Se trata de sistemas basados
en conocimiento que estructuran ontologías,
es decir, los conceptos y las relaciones pertenecientes
a un segmento de la realidad. El análisis
conceptual es un proceso indispensable en el diseño
de sistemas basados en conocimiento.
Las consecuencias que se derivan de los principios
que rigen la IA en general y la ingeniería
del conocimiento en particular para el área
de la terminología están a la mano.
La necesidad de integrar los preceptos provenientes
de la teoría terminológica al quehacer
en IA es un reclamo reiterado en la bibliografía
especializada ( Skuce, 1999:1; Wijnands 1993:
168) Como veremos en la sección dedicada
a la terminología, ésta ya dio el
giro necesario al orientar sus esfuerzos al desarrollo
de sistemas basados en conocimiento terminológico
( Stockinger, Lukas, Budin ,1994; Oeser, 1996;
Stockinger ,1997).
De todo lo que precede podemos seguir ampliando
nuestra lista de características de los
principios que deben regir las bases cognitivas
de la terminología. Como era de esperar
algunas de las que se desprenden de los principios
de la IA ya se derivaron de la revisión
hecha al área de la psicología cognitiva
(por ejemplo su centralidad en el conocimiento
experto), por lo cual no la volveremos a listar.
Añadiendo las hasta ahora no consideradas,
tenemos que la terminología en su dimensión
cognitiva también es:
apta para ser procesada en sistemas conexionistas,
equivalente a las ontologías de la
IA.
Los aportes de la neurociencia
Hoy en día, la polémica sobre dónde
exactamente se localizan en el cerebro los procesos
cognitivos se integró alrededor de una
visión holística, gracias en gran
medida al surgimiento del paradigma conexionista
y a la teoría de distribución paralela,
las cuales , a su vez, se basan en el símil
con las redes neuronales del cerebro.
La presencia de la neurobiología en las
ciencias cognitivas tiene un peso indiscutible,
pero no puede prescindir, como piensan algunos
neurocientíficos, de las demás disciplinas
cognitivas. Sobre todo la cooperación de
los lingüistas (de los neuorolingüistas,
para ser más precisos) se torna evidente
en el tratamiento de casos clínicos.
Aunque el nexo entre la neurobiología
y la terminología parezca a primera vista
leve y vaga, no podemos pasar de alto estos vínculos
a la hora de proponer la terminología como
una herramienta de metaconocimiento y aprendizaje.
En cuanto a los aportes que la neurobiología
puede brindar a la ampliación de las características
de la dimensión cognitiva de la terminología,
veo como destacable una muy concreta: el pensamiento
como un dominio de relaciones tiene validez en
terminología, donde el concepto sólo
es definible a partir de sus relaciones con los
demás conceptos del mismo sistema. Con
esta inclusión, mi propuesta de atributos
de los fundamentos teóricos de una teoría
cognitiva queda ampliada al decir que la misma
es
relacionista.
Los aportes de la antropología
La etnociencia es la rama de la antropología
que se encarga de estudiar la cognición
individual en contextos culturales. Actualmente,
la disciplina no cuestiona la igualdad de potenciales
cognitivos en las diferentes culturas. Las diferencias
observables no se deben pues a una variación
de la potencialidad para el razonamiento, sino
a la diversidad en la naturaleza de los objetos
y hechos a las que el razonamiento se aplica.
Si bien la terminología no se ocupa explícitamente
de aspectos culturales, éstos están
presentes en varias de sus manifestaciones y actividades:
el trabajo terminológico multilingüe,
la planificación lingüística,
la variación terminológica. El discurso
científico, tanto el mental como el verbal,
tampoco está exento de influencias culturales.
Como hemos visto, éstas intervienen en
el momento en que los procesos cognitivos se aplican
a las cosas del mundo real. El “mundo real”,
por su parte, es parcialmente diferente de cultura
en cultura. Esta circunstancia nos hará
añadir a nuestra lista de características
de la dimensión cognitiva de la terminología
el atributo de
culturalmente dependiente.
La lingüística:
un ingrediente básico de las ciencias cognitivas
Los vínculos de la lingüística
con la terminología son más que
evidentes. Al fin y al cabo, la denominación
– el término – representa la
dimensión expresiva y comunicativa del
concepto y es mediante ella que la terminología
puede cumplir su función social. La formación
de términos, sus relaciones con el concepto,
su estructura, motivación y funcionamiento
en el discurso especializado constituyen un subárea
teórica y práctica importantísima
dentro de la terminología y una parte sustancial
de la TGT (Wüster 1979). Sin embargo, tuvo
que llegar la década de los 80 del siglo
XX para que la lingüística, o más
precisamente, una tendencia lingüística
se declarara manifiestamente cognitiva.
En efecto: según la lingüística
cognitiva, no sólo el léxico, sino
toda la gramática es de base cognitiva.
No es de extrañar, pues, que para una disciplina
como la terminología, que desde sus inicios
ha sido fuertemente cognitivista, el advenimiento
de una concepción lingüística
que no partía del signo, sino del concepto,
haya parecido, a primera vista, como la confirmación
de uno de sus principios fundamentales: la prioridad
del concepto sobre el término, es decir,
el enfoque onomasiológico. De hecho, éste
es el punto de controversia por antonomasia entre
los teóricos de la lingüística
y los de la terminología: el enfoque onomasiológico
frente al semasiológico. Aunque como advierte
Myking (Laurén, Myking y Picht 1998: 210-273)
en una excelente discusión de las dimensiones
lingüísticas de la terminología,
sería peligroso insistir en que éste
es una diferencia determinante entre lingüística
y terminología . En vez de diferentes posiciones
epistemológicas, dice Myking, quizás
se debería hablar – según
el objetivo del análisis – de profundidad
de la intensión y de niveles de precisión.
En este momento quisiera restringirme a mencionar
dos visiones sobre el tema.
En un artículo sobre la idoneidad empírica
de la conceptología terminológica,
Zawada y Swanepoel (1994) argumentan a favor de
la teoría de prototipos frente a la teoría
del concepto basado en el registro de características.
La evidencia empírica proviene de la revisión
de las definiciones en un área de las ciencias
naturales, concretamente de la mineralogía.
Los dos autores intentan demostrar a través
de sus resultados que los conceptos de un área
que “teóricamente” pertenece
a las ciencias exactas, no siempre son definibles
en términos de condiciones suficientes
y necesarias (como se pretende en la conceptología
clásica). Por el contrario, presentan características
variables ( por ejemplo graduales o dependientes
de consideraciones funcionales y contextuales),
corpóreas (dependen de la manipulación,
observación diferencial o habilidades del
científico), interdependientes (se presentan
como grupos de características cerrados),
dependientes de las teorías interpretativas
del mundo, con propiedades culturales y pueden
ser altamente metafóricas. Por todas estas
razones, de acuerdo a Zawada y Swanepoel, la teoría
que subyace a la lingüística cognitiva,
a saber, la teoría de prototipos, es empíricamente
más adecuada para el análisis conceptual
de terminologías, que la teoría
clásica, que según ellos desconoce
o ignora las categorías difusas.
La segunda interpretación de la teoría
de prototipos para fines terminológicos
proviene de Weissenhofer (1995). En un tono más
conciliador y sobre todo integracionista, Weissenhofer
admite la necesidad de que una teoría general
de la terminología tiene que dar cuenta
de la indeterminancia de los conceptos especializados,
reclamo hecho enérgicamente por varios
autores en los últimos años (Beaugrande
1987, Sager 1993, Cabré 1999).
Sin ignorar los beneficios que la teoría
de prototipos y de nivel básico aporta
al análisis del lenguaje común,
Weissenhofer encuentra su uso limitado para los
conceptos científicos por dos razones fundamentales:
1) existen evidencias empíricas de que
la representación mental de las categorías
no ocurre mediante “el mejor ejemplar”
y 2) psicológicamente los prototipos sirven
más para organizar ejemplares que para
determinar la pertenencia o no de un ejemplar
a una categoría determinada. Por el contrario,
el registro de características definitorias
brinda mayor confiabilidad en cuanto a la descripción
de la estructura interna del concepto y sus relaciones
en el sistema de conceptos.
Sin perder de vista que la misión social
de la terminología es facilitar la comunicación
inequívoca entre los diferentes interlocutores
y que para ello se requiere de una terminología
lo más transparente, unívoca y precisa
posible, Weissenhofer toma en cuenta la existencia
de áreas del saber que presentan, a veces
deliberadamente como es el caso del derecho o
de la política, ambigüedad conceptual
y límites difusos entre las categorías.
A fin de mantener el registro de características
como la herramienta más adecuada para el
análisis y la representación conceptual
y al mismo tiempo poder dar cuenta de la indeterminancia,
Weissenhofer elabora una versión ampliada
del modelo cuatripartito de Wüster. Para
dar cuenta de las características prototípicas
elabora un modelo de núcleos semánticos
y características inferenciales. Lamentablemente
este resumen no permite discutir estos aportes
más profundamente; por el momento retenemos
aquellos rasgos que desde la lingüística
influencian los aspectos cognitivos de la terminología:
los aspectos lingüísticos de
la terminología pertenecen al módulo
semiótico de la misma, pero operan con
reglas propias y autónomas; están
interconectadas con el módulo cognitivo
mediante las relaciones entre concepto y término,
la indeterminancia de la representación
mental, y en consecuencia de la vaguedad de
la expresión, proviene de la ambigüedad
de la realidad extralingüística,
la terminología es inherentemente
simbólica, categorizante del mundo real
el signo lingüístico es el principal
símbolo del concepto.
Conclusiones y propuestas
Al iniciar el intento de sintetizar globalmente
lo expuesto en este trabajo fijaré, ante
todo, que para que una teoría de la terminología
pueda dar cuenta de las unidades terminológicas
(entendidas como binomio o unidad dual de forma
y contenido) a partir de su valor preferentemente
cognitivo, sin descuidar los aspectos lingüísticos
y sociales, debería partir de los siguientes
supuestos básicos:
1) La terminología es un área
eminentemente inter- y transdisciplinaria que
puede estructurarse alrededor de un módulo
cognitivo, un módulo semiótico
y un módulo comunicacional. Cada uno
de los tres módulos conforma un sistema
con reglas propias y una identidad autónoma,
pero se encuentran estrechamente relacionados
y son interactuantes mediante sus radios de
acción.
2) Para abordar la dimensión metacognitiva
de la terminología han de establecerse
primero las propiedades y alcances de sus aspectos
cognitivos.
3) La descripción de los aspectos cognitivos
y metacognitivos de la terminología debe
abordarse desde una perspectiva interdisciplinaria.
Como consecuencia de estos puntos postulo a las
ciencias cognitivas como marco epistemológico
natural de la terminología (PROPUESTA 1).
La ubicación de la materia terminológica
entre las disciplinas de las ciencias cognitivas
viene dada a través de su módulo
semiótico de amplio espectro. Entendemos
bajo este concepto una semiótica que incluya,
además del lenguaje natural, con todos
sus aspectos semánticos y pragmáticos,
los signos propios de otros sistemas artificiales
convencionales.
Si se quiere se trata aquí de una modificación
de la teoría de las puertas de Cabré
(1999), por cuanto el acceso a la terminología
desde la lingüística tendría
que pasar primero por la puerta de la semiótica
(PROPUESTA 2). Una vez traspasado el umbral de
la semiótica, nos encontramos con un número
de puertas semióticas secundarias,
siendo una de ellas la del lenguaje natural;
accediendo por ella, la terminología no
sólo encuentra su vínculo natural
con la lingüística, sino que la lingüística,
por su parte, también encuentra las condiciones
idóneas para dar cuenta del léxico
especializado y su funcionamiento en el discurso
tecnolectal.
Llegados a este punto hay que diferenciar entre
las tres naturalezas un elemento fundamental del
módulo cognitivo: el concepto, el cual
desde el punto de vista que atañe a este
estudio se define en la literatura especializada
en los siguientes términos:
una unidad del pensamiento /D Denkeinheit/
(Wüster 1979/1998),
una unidad del conocimiento /D Wissenseinheit/
(Budin, Galinski, Nedobity y Thaller 1988)
una unidad de la cognición /D
Erkenntniseinheit/
(Laurén, Myking y Picht 1998, según
Eckes 1991)
Las tres definiciones, lejos de contradecirse
o excluirse mutuamente, se complementan unas a
otras, presentando, eso sí, solapamientos
perfectamente explicables, o si se quiere, áreas
de contornos difusos pero bien definibles.
Unidad del pensamiento (D Denkeinheit):
La definición wüsteriana es somera
y amplia al mismo tiempo. El concepto es un elemento
mental obtenido por abstracción de la realidad
y es en este sentido que interviene en los procesos
cognitivos. La abstracción de la realidad
está condicionada a las circunstancias
del sujeto (sus objetivos, sus necesidades, sus
creencias, etc.). En consecuencia el concepto
no presenta todas las propiedades que el objeto
real posee, sino sólo aquellas que en calidad
de características han sido seleccionadas
para la formación del concepto, por lo
que las variantes conceptuales sobre un objeto
podrán ser potencialmente infinitas.
Unidad de la cognición (D Wissenseinheit):
en esta definición el concepto debería
representar todo el conocimiento universal y/o
particular que se posee sobre un objeto, independientemente
de circunstancias o condiciones específicas.
La diferencia con la concepción anterior
estriba en que el concepto definido como unidad
del pensamiento siempre presentará menos
características que el concepto como unidad
de conocimiento, puesto que el primero depende
del sujeto cognoscente, mientras que el segundo,
en última instancia, es producto de la
cognición colectiva. De ahí que
el concepto como unidad de conocimiento presente
menos variación que como unidad del pensamiento.
En todo caso se trata, al igual que en la definición
anterior, del concepto como elemento ya formado.
Unidad de la cognición (D Erkenntniseinheit):
nótese que en español he optado
por denominar el concepto de esta definición
como unidad de la cognición, a fin
de desambiguar el término unidad cognitiva
que en español bien puede confundirse con
cualesquiera de los dos conceptos anteriores,
puesto que en nuestro idioma no distinguimos entre
el concepto de “conocimiento” como
proceso (D Erkenntnis) y “conocimiento”
como producto o resultado del proceso de conocer
(D Wissen). Utilizando unidad de la cognición
queda clara la esencia de este enfoque: el concepto
es un elemento del proceso de la cognición,
el cual por definición es dinámico
y en el cual el concepto también adquiere
características dinámicas Es decir:
los conceptos nuevos se forman gracias a la acción
de otros conceptos derivados del conocimiento
previo (esquemas). Este proceso es lo que se conoce
como la dinámica de conceptos. Es
en esta fase de transición donde el concepto
cumple su función ontológica como
unidad de la cognición, siendo un
elemento en formación sujeto a su propia
dinámica. En consecuencia el concepto adquiere
su magnitud y su facultad metacognitiva
a partir de su definición como unidad
de la cognición y como tal se le puede
considerar una unidad metacognitiva (PROPUESTA
3).
Antes de revisar las consecuencias pragmáticas
de esta última propuesta quisiera retener
sinópticamente los elementos claves que
pueden funcionar como anclajes teóricos
de las propiedades metacognitivas de la terminología:
1. El punto de partida de la cognición
es el objeto (real o formal), el cual, antes
de ser percibido por el sujeto es un ente preconsciente.
2. La abstracción mental precede al
acto denotativo, en consecuencia de lo cual
el concepto se considera un ente prelingüístico.
3. El concepto es el vínculo entre
el módulo cognitivo y el módulo
semiótico de la terminología,
así como el elemento de partida de este
último, por cuanto el lenguaje deriva
de la realidad.
4. Además de ser unidad del pensamiento,
unidad del conocimiento y unidad de la cognición,
el concepto es una unidad metacognitiva,
por cuanto la conceptualización, se realiza
conscientemente con la intervención de
conceptos previos. Como tal el concepto se convierte
en el elemento dinámico de la cognición.
Partiendo de la base de que el concepto es también
una unidad metacognitiva, postulamos que, debido
a su enfoque básicamente onomasiológico,
la terminología es la herramienta metacognitiva
por naturaleza de los dominios especializados
(PROPUESTA 4) por dos razones fundamentales:
1. Los procesos de su formación y estructuración
coinciden con los procesos básicos del
pensamiento humano, pero
2. su pertenencia a dominios especializados
induce al sujeto a un control consciente de
estos procesos, a través de la exigencia
de un alto grado de caracterización y
explicitación del objeto y sus formas
de representación.
En consecuencia de lo hasta aquí descrito,
postulamos que los efectos epistémicos
de la terminología derivan de sus propiedades
metacognitivas (PROPUESTA 5). En un plano hipotético
podemos concluir, entonces, lo siguiente:
1. El dominio de la teoría de la terminología
de base cognitiva cumple funciones de desarrollo
de las habilidades del pensamiento (DHP).
2. A la terminología como herramienta
de DHP se le supone un mayor grado de eficacia
que a los métodos usuales por cuanto
trabaja con contenidos especializados propios
del dominio temático del aprendiz.
3. Consiguientemente la terminología
potencia en el sujeto la adquisición
de conocimiento y el autoaprendizaje.
A continuación presentamos nuestra visión
hipotética de un modelo metacognitivo de
base terminológica, como alternativa al
modelo de DHP de Sánchez.
Para ello diferenciaremos, ante todo, entre dos
tipos diferentes de conceptualización en
el marco del conocimiento especializado: 1) aquel
cuyo resultado es la construcción de la
realidad y 2) el que tiene por meta el "re-conocimiento"
(D erkennen ) de la realidad. El primero es propio
de la mente que crea, por invención o por
descubrimiento, pero siempre como producto de
la racionalidad científica, objetos materiales
o inmateriales, los coloca en el mundo real y
les asigna un símbolo, mayormente lingüístico
y neológico, para hacerlos comunicables.
El segundo tipo de conceptualización es
el del "aprendiz" en sentido amplio:
el sujeto que quiere "conocer" aquello
que ya está en el mundo (el término
alemán erkennen = reconocer es aquí
más transparente) a través de la
percepción sensitiva y con la intervención
de los procesos cognitivos propios de la mente
humana.
Retomando e integrando los atributos que a manera
de conjeturas fuimos destilando de las aportaciones
de las diferentes disciplinas cognitivas, fijaremos
aquí las condiciones que debe reunir cualquier
modelo metacognitivo de base terminológica:
1. Ser pragmática, en el sentido de
trascender la teoría.
2. Reflejar el pensamiento como un dominio
de relaciones y conexiones.
3. Priorizar el objeto (real o formal), por
cuanto éste es el punto de partida de
la cadena cognitiva: constructo objetivo -->
constructo cognitivo --> constructo semiótico
--> constructo comunicativo.
4. Centrar la atención en el concepto
como unidad de la cognición heurísticamente
dinámica y objeto primario de la denominación.
5. Corresponder a las especificidades del
contenido de cada materia, en el sentido de
que el sistema conceptual debe reflejar la ontología
de la disciplina.
6. Corresponder a las exigencias pragmáticas
del entorno: orientación por objetivos,
características culturales, etc.
Consideré la graficación espiral
(anexo 1, fig. a.) como la más idónea
para modelar el constructo metacognitivo por brindarnos
ésta las siguientes ventajas:
1. No presentar delimitaciones, encasillamientos
o barreras arbitrarias.
2. Concebir el pensamiento como un proceso
de flujo recurrente en un plano cada vez más
"abultado", con un mecanismo de "arrastre"
(o "herencia") de las adquisiciones
de procesos anteriores.
3. Permitir representar el avance dinámico,
tanto interno como externo, propio de los procesos
de flujo.
4. No tener que asignar "puestos fijos"
para los diferentes subprocesos; éstos
pueden situarse en cualquier momento del flujo
espiral.
Con este modelo pretendo integrar la teoría
de procesos de la psicología cognitiva
con los contenidos de la teoría de la terminología
y simular la intervención de todos los
elementos que se supone actúan durante
la adquisición del conocimiento terminológico.
Para ello me he inspirado en aportes provenientes
de las áreas afines analizadas a lo largo
del marco teórico de esta investigación.
Las relaciones entre éstas y nuestro modelo
metacognitivo de base terminológica se
dejan resumir en los siguientes puntos:
1) Basándonos en el círculo
hermenéutico de Gadamer (1977), nuestro
modelo de comprensión se orienta por
los “esquemas” (representados por
el fondo punteado), lo cual le otorga cierto
enfoque relativista. Los esquemas, por su puesto,
no son sólo de carácter específicamente
personal, sino que se enmarcan en toda una tradición
cultural. De esta tradición emanan criterios
de autoridad, a los cuales la comprensión
se sujeta en forma natural. En esta explicación
vemos justificada la diferenciación entre
los procesos cognitivos generales (vehiculados
por el lenguaje general) y los procesos cognitivos
de base terminológica (vehiculados por
los términos propios de las ciencias).
2) El modelo es de naturaleza circular, pero
abierta, lo cual facilita la dinámica
externa del proceso global, según se
visualiza en la Fig. b .
3) El modelo asegura la presencia equitativa
del objeto (elemento no explicitado en la teoría
de procesos) y la del sujeto (elemento no explicitado
en la teoría de la terminología).
4) El modelo se torna subjetivista en cuanto
se trata del proceso de ingeniería
conceptual seguido de creación neológica.
Entonces el objeto es un objeto formal (objeto
del pensamiento) que coincide con el concepto
que el sujeto cognoscente produce por mera fuerza
de la razón.
5) Por el contrario, el modelo se presta a
la interpretación objetiva cuando en
el conocimiento es el objeto el que determina
y rige al sujeto, relación característica
entre sujeto y objeto durante los procesos de
aprendizaje.
La verificación empírica de la
capacidad operativa del modelo es el objeto del
estudio empírico que estoy llevando a cabo
en estos momentos y que ya se encuentra en su
fase final. Espero que los resultados estén
disponibles para ser presentados en un próximo
evento científico en el área terminológica.
¡Gracias por su atención!
Fig. a) Dinámica interna del proceso
Influencia de “esquemas”
(conocimiento previo, prejuicios, valores, objetivos,
etc.)
Fig. b) Dinámica externa del proceso
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