La reflexión sobre la interculturalidad derivada de la diáspora histórica y de las migraciones y cruces contemporáneos nos resulta prioritaria y obligatoria. De hecho, una cultura activa de la latinidad debe saber fomentar los intercambios entre países, favorecer el diálogo sobre nuestros orígenes, abrir una perspectiva común que permita a cada uno conocerse, reconocerse y elaborar nuevas formas de participación en la contemporaneidad. Para complementarse, es preciso compartir la riqueza de los patrimonios individuales.